miércoles, 19 de mayo de 2010

MÁS DELICIAS DE CHESTERTON: EL CIELO. (Por Juan Pe Ruiz)


El título de este artículo de Juan Pe me recuerda una pastelería que había en mi barrio. Se  llamaba Las delicias de Pedro.  La pastelería se caracterizaba por el gran tamaño y calidad de sus productos. El dueño, el pastelero, era, a su vez, inmenso, muy grande. La talla y la bondad, tanto del pastelero como de sus delicias corrían paralelas. Daba gusto ir a comprar una de sus ensaimadas, del tamaño de un serón y pasarte un buen rato comentando la actualidad con el dicho Pedro.
Algo parecido me pasa con Juan Pe, la calidad de sus artículos son, para mí,  del mismo calibre que su persona.

            Me disculpará el sufrido lector si escribo algo más referente a Chesterton, pero es que no me cansaré nunca de escribir sobre él. El castellano se vanagloria de Cervantes; el italiano (aunque escribía en un inicial dialecto toscano) hace lo propio con Dante; y los anglosajones se pavoneaban de un señorito nacido en Stanford Upon Avon llamado Shakespeare, hasta que este bonachón periodista comenzó a escribir y a revolucionar el arte del relato policíaco. En otra entrega hablaré de su mejor obra para mí: “El hombre que sabía demasiado”; y en la siguiente lo haré  sobre su más estrafalario y encantador detective: el Padre Brown. Pero hoy me detengo en dos delicias celestiales de Chesterton… porque hablan del cielo… pero ¡cómo lo hacen!.
            La primera la encuentro en la parte final de su novela “La esfera y la cruz”, y dice: “El cielo estaba, como dirían los artistas, del color de los narcisos, lo que es decir de un amarillo que jamás ha tenido noticias del naranja, por lo que acaso inconscientemente se va tornando verde pálido… Eso hacía que al levantar los ojos las copas de los árboles parecieran del color de las violetas con tintes de lavanda. Una luna blanca y joven comenzaba a asomar en tan delicado amarillo”.
            La otra la encuentro en uno de los mejores relatos de la Saga del Padre Brown llamado “El puñal alado”: “El cielo verde pálido del crepúsculo, con sólo una estrella, como la estrella de Belén, parecía ser, por alguna extraña contradicción, una caverna de claridad. Era como si allí pudiese existir un fuego verde y gélido que despertase a todas las cosas con su calor, y cuanto más profundas se hallaban en el interior de esos fríos colores cristalinos, más ligeras se tornaban, como criaturas aladas, y más claras, como cristales de colores. Ese cielo se estremecía de verdad, y dividía la verdad del error con una hoja de hielo: lo que quedaba nunca jamás se había sentido tan vivo. Era como si toda la felicidad se encarnase en una joya oculta en el corazón de un iceberg”.
          Hablando por cierto de Dante, no dudo que Chesterton se acordó en algún momento de su espléndida carrera de literato de esos versos del comienzo del Purgatorio, en los que el poeta florentino habla del cielo crepuscular, pero con una belleza integral:
            “Dolce color d´oriental zaffiro,
            che s´accoglieva nel sereno aspetto
            del mezzo, puro infino al primo giro”.


Juan Pe Ruiz.

2 comentarios:

  1. Bueno, Manu, ya sabes que el aprecio es mútuo, pero gracias por esas palabritas finales que haces en el encabezamiento. Siempre me suben la autoestima y me hacen seguir indagando en la literatura para hacer más grande tu blog. Un fuerte abrazo de tu amigo Juan Pe.

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  2. Leí mal y entendí Chatterton, poeta inglés bastante interesante. Le conocí cuando investigava sobre poetas suicidas. Chatterton se mató a los 18...

    Buen nombre para una librería no? Las delicias de Chesterton. O mejor: Las Delicias de JuanPe!

    Un abrazo,
    Oriol.

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