domingo, 26 de septiembre de 2010

MIS DETECTIVES FAVORITOS. 1.- EL PADRE BROWN. (Por Juan Pe)



No sé muy bien porqué, los mejores detectives de la ficción novelesca o del cine, son personajes de aspecto bonachón y que someten a sus investigados haciéndoles creer que son más tontos que ellos. Eso es lo que pierde, generalmente, a los idiotas, creerse más listos que los demás.
Supongo que por eso los detectives favoritos de Juan Pe son como él, humildes ante los demás, pero, muy fuertes consigo mismos. 
Obí, Obá...


Fiel seguidor de los relatos policíacos, puede darse la paradoja  de que mis detectives favoritos no son detectives profesionales. No son ni el afamado Holmes, de Conan Doyle, ni el belga Hercule Poirot, de Agatha Christie, tampoco Auguste Dupin, a quien Edgar Allan Poe hizo descubrir los crímenes de la calle Morgue. Son, todos ellos, fruto de la pluma de mi autor policíaco preferido: G.K Chesterton. “No hay en Chesterton –dijo Borges- ninguna página que no sea una felicidad”, y tiene más razón que un santo. Sus “detectives” son un cura católico (el Padre Brown), un poeta y a la vez lunático (Gabriel Gale), un funcionario del Imperio (Horne Fisher) o un amante de las paradojas (Mr. Pond), por citar algunos. Todos ellos me han hecho pasar los mejores momentos literarios de mi vida. Y por ello me voy a detener en etapas para darlos un poco a conocer.
         Comienzo con un curita católico de Essex, en el Reino Unido, el Padre Brown. Dice Ignacio Arellano, Catedrático de Literatura de la Universidad de Navarra, que este personaje de Chesterton “se complace en oponer a los malhechores aristocráticos y a los soberbios despreciadores del alma humana, a la pequeña figura, algo vulgar y desaliñada, de este cura que provoca las burlonas observaciones de intelectuales (siempre menos cultos que él) y de confiados tiranos o embaucadores que creen poder engañar al hombrecillo del eterno paraguas. Cometen un grave error. Brown es todo lo contrario de torpe y, además de una privilegiada inteligencia, posee una bondad a prueba de desánimos”. Y Borges de nuevo, sobre el transfondo de sus relatos: “cada una de las piezas de la Saga del Padre Brown presenta un misterio, propone explicaciones de tipo demoníaco o mágico y las reemplaza, al fin, con otras que son de este mundo”. Estas geniales piezas se comprenden en cinco entregas: “El candor del Padre Brown”, “La sabiduría…”, “La incredulidad…”, “El secreto…” y “El escándalo…”. Todos, e insisto, “todos” los relatos son extraordinarios, aunque particularmente me quedo con tres de ellos: “El hombre invisible”, “El oráculo del perro” y “El puñal alado”. Pero cualquiera de ellos es una inmensa felicidad, como tan bien apuntó el ensayista argentino. Y por ello no estoy de acuerdo con el padre de la criatura, el propio Chesterton, el cual decía en su “Autobiografía” que, tras el primer relato, “La cruz azul”, “continué con una interminable serie de relatos con los que he torturado al mundo. En resumen, me permití la enorme libertad de tratar brutalmente a mi amigo, de deformar a golpes su sombrero y su paraguas, de ajar su ropa, de golpear su inteligente expresión y convertirla en una estúpida cara de morcilla”.
         Por todo ello, sin lugar a dudas, éste es mi detective favorito, aunque resuelva los casos, las más de las veces, quedándose dormido, soñando con cuentos de hadas o dejando ir sus ojos grises a la inmensidad de la nada, siempre en busca de la razón y la humanidad.


Juan Pe Ruiz.

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