lunes, 19 de abril de 2010

LA AGONÍA DE LA VIDA. “EL CASTILLO”, DE KAFKA. (Por Juan Pe)


Hoy: clase magistral de Juan Pe. Nos ayuda con explicaciones sobre términos literarios; también sobre la obra de Kafka. Este Juan Pe tiene ramalazos de pedagogo. Es normal habiendo pasado por Ramar en tiempos de don Rafael, pedagogo en la extensión más amplia de la palabra. Los que lo conocieron saben de qué estoy hablando. Adelante, Juan Pe:


La grandeza de algunos genios de la literatura ha producido numerosos términos que son usados comúnmente en nuestro argot diario. Así, “maquiavélico” lo entendemos por algo fríamente calculado, metódico, despiadado; a la sazón lo que Maquiavelo trazó en su obra “El Príncipe”. Por su parte, “dantesco” es un panorama de desolación y ruina, extraído del Infierno de Dante Alighieri y de su “Divina Comedia”. Y a todos sonará el término “kafkiano”. Luis Acosta, en una edición para “Cátedra, letras universales”, de 1.998, hace una estupenda definición de este apelativo: “visión de la sociedad como una organización esquizofrénica y sin sentido, con una burocracia tortuosa, laberintos psicológicos y fantasías masoquistas, en la que el individuo está perdido”.
            Franz Kafka (1883-1924) escribió obras que han sido comentadas hasta la extenuación por esa visión agónica que tenía de la vida. Notables son “La Metamorfosis” y “El Proceso”, además de sus numerosos cuentos cortos, de  entre los que destaco “Ante la Ley”. Pero, en mi opinión, la cumbre de su “paranoia literaria”, dicho con los más notables respetos hacia este gran escritor, es “El Castillo”.
            “El Castillo” es una obra extraordinaria, pero no niego que su lectura me causó cierta ansiedad y desconcierto. Uno intenta introducirse en la mente de Kafka, pero la potencia psicológica de este checo de origen judío que escribía en alemán te sobrepasa. Luis Acosta dice que “la génesis de “El Castillo” está ligada de una manera directa a los vaivenes de la enfermedad del autor”. De hecho, quedó inacabada por la muerte de Kafka a la temprana edad de 41 años, a consecuencia de la tuberculosis, como nuestro Bécquer. “En la novela –nos sigue diciendo Acosta- no habrá un séptimo día. En él el protagonista habría llegado a su final –y con él también la obra- que no sería otro que la muerte como consecuencia del cansancio y desaliento producidos por los continuos fracasos en los intentos por conseguir su objetivo”.
             Ese protagonista, que Kafka nombra simplemente como K., y del que nunca conoceremos su nombre completo, llega a un pueblo para trabajar como agrimensor para los señores del castillo. Pronto comprobará que nadie sabe nada de su contratación. A partir de ahí, la obra es un cúmulo de frustraciones para K., que es lo que produce esa sensación de ansiedad que comento pero que, al menos para mí, me conforta por su majestuosidad.
            Esta cita de Luis Acosta ahonda en la perpleja psicología de Kafka: “Cuando parece que puede haber esperanza de que se va a cerrar el círculo o de que al menos se vislumbra una salida al laberinto, el protagonista se encuentra tan cansado como consecuencia de las decepciones y sinsentidos de la vida que llega a un estado de desgana y de agotamiento, a faltarle las fuerzas para continuar hacia delante no sólo en la consecución del objetivo marcado, sino de seguir adelante con la propia vida”. Pero es que otra cosa no se podía esperar de un escritor al que, como dice Acosta, “el proyecto de casamiento le produce el temor que trae consigo la institucionalización de la relación con una mujer. Ya la fiesta de celebración del compromiso matrimonial le resulta una tortura”. No obstante ello, o quizá gracias a ello, siempre hay que acudir a Kafka por sus impresionantes y singulares obras.

Juan Pe Ruiz.


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