miércoles, 22 de febrero de 2012

¿EL ASESINATO COMO “UNA DE LAS BELLAS ARTES”? por Juan Pe Ruiz

Con cada nuevo descubrimiento, Juan Pe me sorprende más. ¿Cómo puede una persona tener tanto interés por descubrir cosas nuevas? Pues muy sencillo, todavía quedan muchos que no vivirían si no fuera por aprender cada día alguna cosilla más. Gracias por tu ejemplo, Juan Pe.

Leyendo un día un magnífico libro llamado “La sombra del asesino”, que comprende los mejores relatos de crimen y misterio aparecidos en la editorial Valdemar, di, en su página 43, con un corto pero interesante relato de un escritor hasta entonces desconocido para mí: Thomas De Quincey. El título del mismo no era lo interesante: “El crimen de los Marr”, pero sí de donde procedía, esto es, de un libro del mismo autor denominado: “Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes”. Tanto me llamó la atención el título, por extravagante, que no dudé en adquirirlo, máxime cuando descubrí que, además, incluía otros ensayos literarios. Soy fiel seguidor de la literatura policíaca, pero también de los escritores de ensayos; y aquí tenía una condensación perfecta en ambas facetas literarias.
            La traducción y el prólogo corresponden a José Rafael Hernández Arias, y comienza así: “Cuando se menciona el nombre del escritor inglés Thomas De Quincey (1785-1859), casi siempre se hace en relación con el consumo de opio y con la deslumbrante elaboración literaria de su adicción. No se puede negar que su fama se ha debido en parte a esta circunstancia; su exploración de los estados alterados de conciencia y su lucha por dominar una imaginación desbocada que le llevaba a la locura, han conmocionado y fascinado a sus lectores durante más de un siglo. Pero la obra de De Quincey no se reduce, ni mucho menos, a un brillante testimonio sobre los dolores y placeres provocados por el  consumo de una droga; en realidad posee un calado y una repercusión que la convierten en imprescindible para comprender en su plenitud la historia del pensamiento europeo”.
            Dice la contraportada del libro que es “un sutil ensayo en clave de humor  sobre filosofía estética y moral”. Y así es. Antes de adentrarse en los asesinatos cometidos por John Williams, un londinense que, en diciembre de 1782, “acabó con dos familias, y a todas sus víctimas, que ascendieron a siete, les cortó la garganta”, De Quincey nos hablará con sarcasmo (“¡Qué gloriosa pléyade de asesinatos!”, llega a decir), sobre diversos consumados: “el de Guillermo I de Orange”, “el de los tres Enriques franceses”, “el de nuestro Duque de Buckingham”, “el sexto, Gustavo Adolfo; y el séptimo, Wallenstein”, y sobre otros que quedaron en intento de ello: a los filósofos Descartes y Kant, entre otros, con incontables referencias a los clásicos griegos y romanos.
            Navego por internet en busca de más información sobre este ensayo y encuentro un extenso y magnífico estudio llamado “El crimen como hecho estético”, sobre la vida y obras de De Quincey, elaborado por un tal Fernando Báez, del que extraigo lo que sigue: “Este párrafo y muy en particular todo el libro de De Quincey demanda, a mi juicio, una reflexión que justifique por qué podemos postular una estética del asesinato. Y antes he preguntado: ¿Cómo podemos admirar estéticamente algo que condenamos moralmente?. Cualquiera de los que me escucha, y mismo, podría sentir un impulso homicida dentro de unas horas, dentro de unos minutos, dentro de unas semanas o años. Vale, por tanto, la pena, repensar este tema a partir de una discusión como la que plantea un autor inglés, para más señas romántico, en el Siglo XIX, siglo donde comienza verdaderamente esta sensibilidad ante el horror. De Quincey, y es bueno señalarlo, anuncia con su ensayo, lo que Edgar Allan Poe, en los Estados Unidos, inició: una literatura policial y una literatura de horror puro. Chesterton, por ejemplo, decía: “el criminal es el artista; el detective, el crítico”. El problema es que, como se trata de un asunto que nos toca muy de cerca, no podemos ser superficiales en esta reflexión. Al llegar a este punto, aconsejo seguir a Hermann Hesse, quien colocó en la puerta de su casa un letrero para las visitas que decía: “Que no entre nadie que no haya estado en el límite de la muerte”.”
            Cito, antes de terminar, dos obras también interesantes de este escritor: “Los últimos días de Emmanuel Kant” y “Las confesiones de un inglés comedor de opio”. Y, acabando ya, vuelvo a Hernández Arias, que nos dice cosas tan enigmáticas de De Quincey: “Durante su vida sufrió duros golpes del destino, pero nunca traicionó su vocación, a la que sacrificó el bienestar y la salud. Su personalidad, por este motivo, es posible que se torne cada vez más enigmática, y por mucho que se profundice en sus motivaciones, me temo que seguirá siendo un misterio cómo semejante devorador de libros logró compaginar una obra tan prolífica con una avidez intelectual que sólo se puede calificar de monstruosa”.

Juan Pedro Ruiz.

1 comentario:

  1. Querido Manuel.Ojalá tuviera más tiempo para dedicarme al estudio de la literatura. Tal vez llegaría a ser un erudito como De Quincey o Borges. Es una pasión para mí. Fuerte abrazo y gracias por tus palabras, que me animan a seguir escribiendo ensayos. Saludos a los Erblonsitas.

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