Escuchaba hoy una
tertulia en la que se hablaba del sufrimiento que habían pasado las personas
que habían sobrevivido a los campos de exterminio nazis. Se comentaban las
palabras de una republicana catalana encerrada en uno de esos campos: “Nuestros
carceleros nos quitaban la ropa, nuestros objetos personales, nos cortaban el
pelo al cero, se burlaban de nosotras buscando deshumanizarnos. Aquellas que
fuimos capaces de conservar nuestra
dignidad, no llorando delante de ellos, por ejemplo, aquellas que, en solidaridad con las demás, nos hicimos
madres e hijas unas de otras, conseguimos salir adelante, salvarnos de una
muerte segura”.
Sin querer, en absoluto,
comparar ese sufrimiento, insoportable, con el que están pasando las personas
que se ven sometidas a los desahucios por parte de los bancos españoles, sí
quiero establecer un paralelismo en el ataque a la dignidad de las personas
que, además de verse despojadas de su vivienda, de sus recuerdos, de su
intimidad, son maltratados físicamente, con gran violencia por parte de los
guardianes de los poderosos (todos hemos visto las imágenes en que las personas
son arrastradas, golpeadas para sacarlas de sus casas. Hemos visto cómo un
chulo con porra ha empujado violentamente a dos ancianos que apoyaban a la
persona desahuciada).
Ese ataque a la dignidad
de las personas es el que ha llevado al suicidio a dos personas (una de Granada
y otra de Canarias) y otra malherida, la de Valencia. Nadie se ha sentido
culpable por permitir estos desalojos. Nadie dimitirá…
Pero el movimiento de
solidaridad con los desahuciados va cobrando fuerza y, hoy mismo, tras ocupar
una oficina de Bankia y declarar que no se marcharían de allí hasta que se les
diera una solución, han conseguido que la dirección del banco haya prometido
que iban a negociar con más de 50 desahuciados.
Sólo la solidaridad puede sacarnos de la situación en la que nos
encontramos.
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