miércoles, 7 de octubre de 2009

CHASCARRILLO NOVELADO



U na tarde fresquita de mayo de la Edad Media, un valeroso príncipe de mediana edad decidió salir con su caballo Felipe a dar un paseo por sus posesiones. Se trasladó a las caballerizas, vistió a Felipe con sus mejores galas y, cuando lo hubo tuneao exclamó:
-M’ha quedao matizao.
Salieron los dos, Armando, el príncipe, encima y Felipe, el caballo, debajo. Felipe trotaba alegremente mientras transcurrían por un camino vecinal. Los vecinos saludaban y Armando ni los miraba porque era el príncipe y en aquellos tiempos ya se sabe… como no había tele, no había que comportarse.
Piano, piano, llegaron a la orilla de un riachuelo que trascurría entre choperas, musgos y pasteradas de vaca.
Felipe, el caballo, iba algo mosca con las moscas, valga la rebuznancia, que era una expresión que siempre utilizaba Felipe, el caballo, porque detestaba a los burros ya que, según él son más tontos que los caballos
Decía que Felipe, el caballo, iba mosca con las moscas porque el príncipe le había dejado la cola cortita porque decía que estaba más guapo y, ahora, no podía espantarlas... Y lo que le decían las moscas: “mosquéate con el príncipe que te la ha cortado y no con nosotras…”.
A todo esto, el príncipe tan contento dando culetazos en la silla de montar y sin saludar a nadie. Iba pensando que, como le decía siempre su madre la reina, debería buscarse una princesa, alquilar un castillo y emanciparse de una vez, ¡que estoy harta de gandules en mi palacio!
De súbito (de pronto en castellano), una vocecita que procedía de unos helechos al borde del río sacó a los dos de sus pensamientos.
-¿Has dicho tú algo, Felipe? Le preguntó al caballo.
-Desde cuando un caballo habla…- pensó Felipe el caballo. Y se añadió:
-Este tío está cada día más estulto (estulto es tonto en latín, tonto).
-¡Socorro, hermoso príncipe… No pases de largo, plis.
-¡Ep!- Exclamó el susodicho.- Es una voz de doncella
Pero, por más que miraba y remiraba, no veía a nadien (vocablo alemán).
-¿Tú ves algo, Felipe?
- Y dale.- Pensó Felipe, el caballo,- éste tío es tonto.
Nuevamente se oyó la vocecita:
-Estoy aquí, aquí, detrás de las plantas ribereñas.
Bajóse el príncipe Armando de su montura y comenzó a buscar entre las yerbas (se puede con y). Pinchóse con algún cardo y berros y cagóse en tal y cual, pero, por fin, dio con lo que buscaba. Se trataba de una rana más bien grande que se hizo atrás cuando vio a Armando, el príncipe, aunque se recuperó rápidamente y le dijo:
-Yo te saludo, hermoso príncipe. Hete aquí que soy una princesa encantada por una malvada bruja que me convirtió en rana por pura envidia, la tía asquerosa.
Armando, el príncipe, incrédulo, se dispuso a pisar a la rana y seguir buscando, pero la rana dio dos saltos para que la viera bien y le dijo:
-¡No, por favor, no me aplastes, soy una princesa embrujada!.
-Ya estamos con la magia- pensó Felipe, el caballo. Ahora le dirá lo del beso…
- Si me das un beso, volveré a mi estado anterior – dijo la rana como si hubiera leído el pensamiento del rocín (caballo en antiguo).
-Sí hombre, aunque eso fuera verdad, te iba yo a dar un beso, con lo fea que eres. ¿No ves que soy un príncipe?
- Y yo una princesa.
- Anda, anda... A ver, ¿eres locutora o algo? ¡Pues entonces! Mira no me hagas perder el tiempo, me abro.- Y se espatarró…
-No, no te vayas,-le espetó la princesa-. Mira, no pierdes nada. Para que veas que es verdad lo que te digo, mira ahí detrás de esos brezos (matojos) y verás una zamarra (un bolso. Es que a los antiguos les gustaba mucho ponerles nombres raros a las cosas) de paja con florecitas de adorno. Es mía; es la prueba de que estoy embrujada.
- Qué bien, una zurrón (zamarra, bolso. Lo que decíamos….) de paja, con el hambre que tengo – pensó Felipe, el caballo.
Acercóse el príncipe al matorral, agachóse y hete aquí que encontró la zamarra.
- ¡Coño! Pues es verdad. A ver si va a tener razón el batracio éste.
Volvió sobre sus pasos, cogió la rana con los guantes puestos, por si acaso, le dio un somero beso y… se produjo el milagro… La rana fue creciendo, creciendo, hasta transformarse en una hermosa dama. El príncipe se quedó anonadao (pasmao) y Felipe, el caballo, salió por patas.
La princesa se quedó mirando fijamente los ojos del príncipe mientras los ojos de éste la miraban a ella de barbilla para abajo.
Algo libidinoso debió ver ella en la mirada del menda, cuando le dijo:
- Te lo advierto, si haces lo que estás pensando, quedarás encantado.
El príncipe lo hizo dos veces y quedó encantadísimo.
¿Y Felipe, el caballo?
Pues algo parecido le pasó. Se encontró unos metros más allá con una rana que le dijo que era una jaca encantada y que si le daba dos besos, volvería a su estado anterior. Felipe, el caballo, le dio un lengüetazo y se la comió… Y es que los caballos son tan poco románticos…

¿CONTINUARÁ?


1 comentario: