martes, 13 de octubre de 2009

MI AMIGO RAFI (primera entrega)

Queridos lectores:
Inicio, con esta entrega, una serie de escritos sobre mi infancia. Fue una infancia humilde, muy humilde, pero alegre, dinámica, llena de actividad, de aventuras, de vivencias entrañables...
Mi amigo Rafi, un personaje real, que llenó realmente los primeros años de mi infancia, es el hilo conductor de la mayoría de los acontecimientos que os iré narrando. 
¡Allá que voy...!

Yo tenía 7 años, él 9. Yo era recién llegado al barrio, él era “nativo”. El barrio se llamaba Caninglada y estaba en Tarrasa. Recuerdo que en la calle éramos pocos niños o la diferencia de edad era bastante notable o el hecho de tener 7 años hacía que fuéramos considerados poco menos que invisibles a los ojos de los niños mayores. El caso es que mi relación con otros niños se reducía al Vicente, su hermano Paquito, el otro Paquito y, por descontado, el Rafi. ¡Ah!, y la leona. La leona se llamaba Inma y era una niña que corría y saltaba tanto como nosotros y jugaba a los mismos juegos que nosotros. Vivía en nuestra calle, la calle San Cosme, y teníamos que defenderla cuando los niños de otras calles no permitían que participara en los juegos porque era una niña. Para nosotros era un niño más, corría mucho…


El Rafi era mi héroe. Yendo con él nadie se metía contigo. Ni grandes ni pequeños. Había demostrado en varias ocasiones que, meterse con él, era derrota segura y, si eso se sabía en las demás calles, era una vergüenza para el perdedor, sobre todo si era mayor.

Creo que el Rafi no iba al colegio. Cuando yo me iba por la mañana, él estaba en la calle, cuando volvía al mediodía, estaba en la calle, cuando me iba por la tarde a las 3, estaba en calle y cuando volvía a las 6 estaba en la calle. Yo le envidiaba…

El Rafi era mi amigo. Por lo menos así lo creía yo porque él hablaba poco, pero me dejaba estar a su lado mientras hacía un agujero perfectamente redondo y con la profundidad justa para jugar al guá.

Al guá se podía jugar en dos modalidades: a chiva, pie, tute y guá, o a chinche y guá, que era el método abreviado. Las canicas podían ser de barro, de piedra o de vidrio, las más valiosas. Una de vidrio valía por diez de “fango”; una de piedra valía 5 de fango.

Se jugaba con las de piedra. Algunas de ellas eran minúsculas. Si las dominabas, eran las mejores porque costaba que te dieran. Se pagaba con las de barro y las de vidrio se utilizaban para jugar o para cambiarlas por diez de fango cuando se te acababan.

El rafi llevaba siempre pantalón corto. En invierno y en verano. En la temporada de jugar a bolas la funda de los bolsillos le salía por debajo de la pernera debido al peso de las canicas y las hacía sonar para que viéramos que tenía muchas. Cuando no estaba jugando acostumbraba a extenderlas en un agujero bastante ancho y las separaba, las miraba, las remiraba. Yo las podía tocar, incluso cogerlas, pero a otros no les dejaba ni acercarse. Por eso creo que yo era su amigo. Por eso y otras cosas que os iré explicando.

CONTINUARÁ, VAYA SI CONTINUARÁ…

1 comentario:

  1. Me parece super interesante que cuentes tu infancia me voy a enganchar no tardes en continuar por si me da el mono......Tú eres de Terrassa?
    Reme

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