sábado, 17 de octubre de 2009

MI AMIGO RAFI (segunda entrega)

El Rafi era mi amigo porque podía acompañarlo mientras cambiaba la punta de una “gardufa”. Los clavos que traían las baldufes en la punta se salían fácilmente por lo que era conveniente cambiarlos por otro de mayor resistencia a los golpes. Algunos le ponían “clavos de burro” o de herradura de caballo, pero el Rafi se los fabricaba con un clavo bastante grande, generalmente enrubinao (rovellat, oxidado), pero que él ponía en perfecto estado después de lijarlo bien, frotándolo contra una piedra. Lo clavaba en su peonza y, a partir de entonces, era difícil ganarle jugando al círculo.

Al círculo se jugaba tirando la peonza bailando dentro de un círculo de un metro de diámetro aproximadamente marcado en la tierra de la calle (todavía no conocíamos el asfalto). La peonza debía caer dentro del círculo y salir de él mientras bailaba. Si no te bailaba o se quedaba dentro bailando, debías dejarla dentro del círculo. Los demás jugadores tiraban entonces sus peonzas, tratando de golpear la o las peonzas que hubiera dentro. Si las sacaban del golpe y salía la suya también bailando, se quedaban con las que hubieran sacado.

Una peonza, como cualquier otro juguete de jugar en la calle, era un bien muy preciado para un niño de la época. Los niños de entonces no solíamos tener dinero. Ni se nos ocurría pedirlo a nuestros padres para un juguete. Un juguete no era un bien imprescindible. Aún así, había algunos afortunados que podían comprarse algo. Los demás nos las debíamos ingeniar para ganarles esos tesoros partiendo de cero.

Os explicaré cómo “conseguimos” el Rafi y yo nuestra primera peonza. El Rafi me dijo: “tú vente conmigo que yo te conseguiré una”. Y allá que nos fuimos, a la calle de abajo donde se reunía un grupo de niños a jugar a la “gardufa”. El Rafi localizó, rápidamente a un niño que no se atrevía a jugar porque sólo tenía una y temía perderla si le caía dentro. Se le acercó y le dijo:

-¿Me la dejas y te la juego?

Eso quería decir que, si se la dejaba, tenía que ganar dos. Una para el niño que se la había dejado (con lo que junto con la suya, ya tenía dos) y otra para el Rafi que a partir de ahí ya contaba con peonza propia y, lo más probable, es que ganara dos o tres más, una de las cuales me daba a mí para que jugara a la mentira mientras aprendía lo suficiente para jugar a la verdad con alguna garantía de poder ganar.

Generalmente, sobre todo si me atrevía a jugar con los mayores (8, 9, 10 años), perdía el tesoro, cosa que explicaba, acongojado, al Rafi. Éste me miraba entre enfadado y comprensivo y me daba alguna otra de las que él ganaba con facilidad. Era mi mecenas…

El Rafi era un campeón jugando a la “gardufa”. Se atrevía a ir a jugar 3, 4 o 5 calles más allá. En aquel entonces sólo te alejabas tanto de tu calle si ibas con tu padre, con tu madre, con algún hermano mayor o, en su defecto, con el novio de tu hermana, que tenía 19 años. Pero el Rafi era conocido y respetado. Era capaz de partir por la mitad, con la punta afilada de su peonza, una peonza que estuviera presa en el círculo y, si en alguna ocasión, su peonza quedaba presa, bailando, en medio del círculo era capaz de liar otra y lanzarla contra la que tenía dentro sacándola fuera antes de que acabara de bailar. Y, el Rafi era mi amigo

CONTINUARÁ, YA LO VERÉIS…

No hay comentarios:

Publicar un comentario