jueves, 13 de enero de 2011

UNA DE MIS ÚLTIMAS POESÍAS (Por Juan Pe)

¿Qué mejor forma de empezar el año que con na poe de Juan Pe?

            En alguna ocasión he dicho que hace mucho que dejé de escribir poemas; bien es verdad que, recientemente, he escrito alguno, y mi buen amigo Manuel lo ha publicado en su blog. Hoy os dejaré con uno de aquellos que, con clara inspiración machadiana, hice en mi adolescencia.
            Alguien me preguntó en una ocasión por qué dejé de escribir poesía. Pues porque la poesía es, para mí, la esencia de un dolor, que te puede salir como un grito ahogado o en forma de escritura. Y no entiendo la poesía que no sea un desgarro de sentimientos. Imagino al poeta paseando bajo los “álamos de la ribera del Duero”, en una “tarde cenicienta y mustia”, pensando en el olor a azahar del patio de Las Dueñas, en Sevilla, o en los borrachos bohemios de Montmartre… sí, a ese Machado plagado de melancolía. Puedo soñar con las casas blancas de Fuentevaqueros, despuntando en la vega de Granada, bajo el paso tenue de las aguas del Genil y oteando el Pico Veleta, recreando, entre tricornios y gitanos, sus “navajas plateadas”, su “luna de collares y anillos blancos” o sus “saltos jabonados de delfín”. Así veo al gran Lorca. Y hasta puedo imaginar al pobre de Miguel Hernández en la angustia de la carta que recibe de su mujer donde le dice que su hijo sólo come pan y cebolla, y escribir: “En la cumbre del hambre mi niño estaba. Con sangre de cebolla se amamantaba…”
             Así fue mi poesía, la plasmación de una época agónica de sentimientos. Ahora escribo de nuevo poemas, pero con otro cariz. Si penoso es sentir, más penoso es plasmar esos sentimientos en un papel y  después, en un examen de martirio sin fin, leer y releer, y volver a leer, y pasar los años encaramado en aquellos fríos versos que, para uno, fueron algo bonito en su vida; para otros, quizá lo más necio que se ha escrito jamás. Y ahora, en homenaje a Machado:
He sentido el aire frío
de una mañana de abril.
He sentido como un niño
tus caricias para mi.
Las veredas abiertas,
ramilletes de alhelí,
y una ventana cierra
mi corazón hacia ti.
He sentido el mar lejano
y sus secretos de marfil.

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