viernes, 20 de enero de 2012

¿CANIBALISMO EN “LA DIVINA COMEDIA”?

¡Enorme, Juan Pe! ¿Cómo se puede hablar de un tema tan escabroso con palabras que no llevan a lo horrible? Pues hablando como habla Dante, Borges, Juan Pe…
La lengua tiene esa cualidad, puede llevarnos por los senderos del horror sin que sintamos pavor.

Estos días de Navidad he vuelto a releer algunos Cantos del Infierno de Dante. Pensará el lector –con acierto, sin duda- que ¡vaya época tan entrañable tiene este hombre como para pasearse por las fauces del Averno del Alighieri!. Pero hay adicciones sanas, como el deporte, pasear, leer… y leer a Dante es, al contrario de lo que parezca, un deleite continuo.
                        En la parte final del Canto XXXII del Infierno, en el recinto segundo del noveno círculo infernal, llamado “Antenora”, aparece el llamado “Conde Ugolino”, castigado por ser un traidor. Ugolino, Conde de Donoratico, está sobre el Arzobispo Ruggieri degli Ubaldini, de este modo, según Dante: “Estábamos ya lejos de aquél cuando vi a otros dos helados en una misma fosa, colocados de tal modo, que la cabeza del uno parecía ser el sombrero del otro. Y como el hambriento en el pan, así el de encima clavó sus dientes al de abajo en el sitio donde el cerebro se une con la nuca”. Nacido en una familia gibelina (seguidores del poder imperial en diversas ciudades de Italia), el Conde pactó la toma del poder de Pisa con un cabecilla del partido güelfo (que apoyaban el poder papal). Sin embargo, años después, los gibelinos tomaron de nuevo el poder y el Conde fue recluido en la torre pisana de Muda, junto con cuatro de sus hijos, con la pena de dejarlos morir de hambre.
                        Jorge Luis Borges tiene un extraordinario ensayo sobre este tema llamado “El falso problema de Ugolino”, que aparece en su libro “Nueve ensayos dantescos”. Su exposición es ésta: “Al alba oye los golpes del martillo que tapia la entrada de la torre. Pasan un día y una noche, en silencio. Ugolino, movido por el dolor, se muerde las manos; los hijos creen que lo hace por hambre y le ofrecen su carne, que él engendró. Entre el quinto y el sexto día los ve, uno a uno, morir. Después se queda ciego y habla con sus muertos y llora y los palpa en la sombra; después el hambre pudo más que el dolor”.
                        Este último verso: “Poscià più che´l dolor, potè il digiuno”  ha animado a los comentaristas de la Divina Comedia a preguntarse si el famoso Conde Ugolino se alimentó de sus hijos muertos. Borges, después de sopesar las contradictorias versiones de Guido Vitali, Tommaso Casini o Benedetto Croce, nos dice: “¿Quiso Dante que pensáramos que Ugolino (el Ugolino de su Infierno, no el de la historia) comió la carne de sus hijos?. Yo arriesgaría la respuesta: Dante no ha querido que lo pensemos, pero sí que lo sospechemos. La incertidumbre es parte de su designio”.
                        En la historia hay numerosos casos de canibalismo. El Rey Araucano Lautaro hizo arrancar la carne de los brazos y piernas de Pedro de Valdivia, para ser asada ante los ojos del incrédulo conquistador. Fernando de Magallanes fue devorado por nativos de Mactam (actual Filipinas). James Cook, otro marino, lo fue en Hawai. El caso de los supervivientes de la tragedia de los  Andes, en 1972, no ha sido tachado de canibalismo, sino de “antropofagia”, en orden a la situación extrema que padecieron los jugadores de rugby uruguayos.
                       Volviendo a Borges, las últimas frases del ensayo son inmensas: “En la tiniebla de su Torre del Hambre, Ugolino devora y no devora los amados cadáveres, y esa ondulante imprecisión, esa incertidumbre, es la extraña materia de que está hecho. Así, con dos posibles agonías, lo soñó Dante y así lo soñarán las generaciones”.

Juan Pe Ruiz.

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