lunes, 1 de marzo de 2010

EL RAFI (decimoséptima entrega)


- Esta tarde, cuando salgas de la escuela, vamos a ir a la balsa el Loco.
- No - le dije- yo no voy a la balsa el Loco, me da miedo.
- Pero,  si no nos vamos a bañar…
- Ya, pero me da miedo.
- ¿Qué te da miedo? No está muy lejos. En una hora vamos y venimos. Vamos a coger cabezudos.
Con eso el Rafi me convencía definitivamente para que fuéramos a la balsa. Me fascinaba ver la metamorfosis mediante la que un cabezudo se iba convirtiendo en rana. Manteníamos los cabezudos en una lata escondida en los matorrales de la riera durante bastantes días y veíamos con ojos atónitos cómo les iban creciendo las patas con las que luego saltarían de la lata y se confundirían en la hierba.
Realmente la balsa el Loco estaba sólo a unos dos Kms. de nuestra calle, pero a mí me parecía muy lejana.  
Nunca he tenido muy claro por qué la balsa se llamaba del Loco. Las versiones iban desde lo más crudo y real hasta lo más romántico. Hubo quien dijo que, el loco, era un joven, que, despechado porque la chica a quien pretendía no le hacía demasiado caso, (en realidad le hacía más caso a otro que a él) se había tirado a la balsa con una piedra atada al cuello. Bueno, las malas lenguas decían que ya se había tirado a la balsa otras dos veces; lo que pasa es que se ataba la cuerda a los pies y se tiraba en la zona de la balsa que no cubría con lo que el efecto de ahogarse no se producía.
Otros, afirmaban que un hombre que se apostaba cerca de la balsa para asustar a la gente recibió, un día, una paliza que le propinaron los hermanos de una muchacha a la que había dado un susto. El hombre salió, ensangrentado y gritando, a la carretera, con lo que la gente que le vio pensó que estaba loco.
Pero parece que la versión más creída era la de que un hombre que tuvo un apretón sexual mientras paseaba cerca de la balsa, se paró a aliviarse y, mientras estaba luchando cinco contra uno, una mujer que se había escondido detrás de la balsa a aliviar otro tipo de necesidad, salió, subiéndose las bragas y, cuando vio al hombre con el cirio en la mano, se lió a dar gritos llamando la atención de un pastor que apacentaba sus ovejas en las inmediaciones y que acudiendo a ver qué eran aquellos gritos se los encontró a los dos medio en cueros. Otro que salió dando gritos de la zona.
Esa tarde cuando salí de la escuela y, una vez regresado a la calle con la merienda (trozo de pan y onza de chocolate) en la mano, me encontré con el Rafi en la esquina y nos dirigimos, calle abajo hacia la riera. Como siempre, el Cañete, estaba sentado a la puerta de su casa. Pasamos por delante de él sin saludarle. El Cañete y yo no éramos buenos amigos desde un día en que equivocadamente le llamé Cañizo y él, cabreado, me siguió hasta la riera, a donde iba yo a tirar la basura, y me pegó. Al parecer los niños de su escuela, para hacerle burla le llamaban Cañizo, y yo, que era un pardillo se lo llamé creyendo que era un mote cariñoso: cobré. Al parecer cuando el Rafi se enteró, se las tuvo con él.
Seguimos calle abajo hasta llegar a la riera. Cruzamos y pasamos por delante de los pisos de Montserrat sin adentrarnos en ellos para evitar ser vistos por mis tías que vivían en aquel barrio.
Una vez rodeados los pisos, teníamos que cruzar un bosque de pinos por el que se accedía a las tapias del cementerio. No nos entreteníamos demasiado en esta zona ya que nos daba bastante miedo que se asomara algún fiambre a la tapia. Poco después de rebasado el cementerio estaba la bajada, bordeada de zarzas de las que nos surtíamos de moras y llegabas a la balsa. 
Había que coger los cabezudos procurando no mojarnos la ropa, cosa que pocas veces lográbamos y teníamos que volver con las mangas de la camisa o el jersey chorreando. Esto podía suponer un interrogatorio por parte de mi madre para averiguar dónde había estado toda la tarde.
Si conseguíamos sacar del agua a alguno de aquellos batracios, ya nos podíamos volver para casa y, al llegar a la riera, buscar un sitio adecuado para esconder el botín. 
A lo largo de la excursión podíamos haber cogido algunos saltamontes, lagartijas, y, sobre todo, al volver, ya anocheciendo, algún grillo cantarín. La técnica del Rafi para coger grillos era de gran finura: localizaba, siguiendo el cric, cric característico, el agujero donde se escondía y, entonces, introduciendo una cañita de trigo obligaba al grillo a salir de su escondrijo y le echaba mano.
Ir con el Rafi de excursión siempre tenía alguna sorpresa.

NOS VEMOS…

4 comentarios:

  1. Manu, eres como el buen vino, que gana en cada entrega. Las explicaciones del por qué a la balsa la llamaban de "El Loco" bien podrían ser de Quevedo o de Gómez de la Serna... pero son puñeteramente tuyas. Me encanta esta serie tan personal. Adelante. Tu amigo Juan Pe.

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  2. Estoy con Juanpe en lo de que la serie va a más y mejor. Cada vez es más visual, al menos a mi no me cuesta imaginarme todos los relatos como pequeños cortometrajes.

    Paz,
    Oriol

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  3. El mismísimo erBlons2 de marzo de 2010, 21:54

    Gracias, guapetones. Ya sabéis que os quiero a los dos y de eso os valéis. Vuestras palabras no hacen más que animarme a escribir nuevos capítulos. Así que vosotros mismos...

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  4. Yo estoy con vosotros, no puedo leer sin imaginarme la secuencia, por que esto no es un corto ¡es un flin o pinicula¡, gran parte de tus vivencias son las nuestras incluidos los sitios donde transcurren, animo Manel
    comentario de Artur

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