lunes, 28 de noviembre de 2011

POR SIEMPRE, STEVENSON.


Con gran alegría he recibido en el día de hoy una nueva entrega de otro magnífico mini-ensayo de mi gran y buen amigo Juan Pe.
No dejo nunca de admirar esa facilidad suya para expresarse con ese lenguaje culto y fácil de entender a la vez. Considero que es ésa su mejor virtud. Bien hallado, Juan Pe. Sabía que volverías.

                        Reanudo, tras una larga pausa de higiene mental, la línea de ensayos que comencé en su día con uno dedicado al gran Edgar Allan Poe. Los que me hayan seguido habrán comprobado que mi pasión es la literatura de terror; pero no me desagrada la de aventuras y viajes. Así, de muy niño ya leía a Verne y me imaginaba ser “Un capitán de quince años”, o me sumergía con el Nautilus en aquellas interminables “Veinte mil leguas de viaje submarino”. Con los años descubrí a H.G. Wells, ese inglesito que nació justo 100 años antes que yo, un 21 de septiembre de 1866. Su novela “Los primeros hombres en la luna” es estupenda. También al que por antonomasia ha sido asociado al Imperio Británico: Rudyard Kipling, con ese relato estupendo: “El hombre que pudo ser Rey”. Y así un largo etcétera, donde podemos introducir a nombres como Herman Melville, Joseph Conrad o Jack London. Todos autores fantásticos.
                        Pero hoy  me detengo en el autor de los relatos de aventuras por antonomasia: Robert Louis Stevenson.  Niño, adolescente y adulto enfermizo, recorrió medio mundo con el lastre de la tuberculosis y el alcoholismo. Todo ello le llevó a la tumba con apenas cuarenta y cuatro años. Pero en esa corta vida que tuvo nos dejó verdaderas joyas de la literatura universal.
                        De entre sus novelas, ¡cómo no!, destaca “La isla del tesoro”, de 1.881. ¿Qué se pude decir de ella? Pues que es un clásico, como pueden serlo el “Robinson Crusoe” de Defoe o “Viaje al centro de la tierra”, del nombrado Verne. Más me gusta, si cabe, “La flecha negra”, escrita en 1.883 y aún más “El Señor de Ballantrae” (1888), que habla de una ancestral disputa entre dos hermanos que llegaN a atravesar el Atlántico para seguir debatiéndose en tierras remotas de los EE.UU.
                        Pero mi vena terrorífica me acerca más a “El extraño caso del Doctor Jeckyll y Mr. Hyde” (1886), otro de los clásicos del terror, que se ha visto trasplantado al cinemascope en decenas de ocasiones. Y, obviamente, lo más apreciable para mí del gran Stevenson son sus cuentos. De ellos destaco: “Markheim”, “Olalla”, “El diablo en la botella” y “El Ladrón de cadáveres”, pero no dejo de citar otros imprescindibles: “El diamante del Rajá”, que encuadra cuatro cuentos y “El club de los suicidas”, que lo hace con tres.
                        G.K Chesterton, mi autor favorito, escribió un ensayo estupendo sobre Stevenson, del que extraigo estas frases tan acertadas para lo que fue el gran escocés: “Supongamos que un hombre lanza un cuchillo contra otro y lo deja clavado a la pared. Está claro que hay dos modos de ver esta acción. Uno es el punto de vista del hombre clavado, el punto de vista trágico y moral, que Stevenson demuestra comprender en historias como El señor de Ballantrae y El Weir de Hermiston. El otro punto de vista es el que ve en ese acto una explosión de vitalidad física, como el de romper una roca de un martillazo o franquear una entrada cerrada con barrotes. Este es el punto de vista de la fantasía y la aventura, y el alma de La Isla del tesoro y de The Wrecker. No es, insisto, que Stevenson amara menos a los hombres; es que amaba más las pistolas y las porras”.

Juan Pe Ruiz.

1 comentario:

  1. Buen apunte. Gracias. Mi próximo ensayo será sobre Jack London.

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