lunes, 26 de marzo de 2012

ALGO MÁS SOBRE KAFKA. (Por Juan Pe Ruiz)


Reconozco que de las obras de Kafka sólo conozco los resúmenes de sus obras, leídos en diferentes fuentes y en diferentes momentos de mi vida, pero si Juan Pe dice que Kafka es grande, Kafka es grande, no sé si tanto como Alá, pero grande.
De nuevo, gracias, Juan Pe, por confiar a erBlons tus ensayos.


He vuelto a leer, en inagotables sesiones de frenesí psicológico, las tres grandes obras de Franz Kafka (1883-1924): La Metamorfosis”, “El Proceso” y “El Castillo”. Y aún sigo cuerdo… bueno, eso creo, al estar escribiendo este ensayo.
                   La Metamorfosis” es quizá su obra más conocida. Gregorio Samsa, una mañana, despierta en su cama y no puede bajar de ella, porque su cuerpo se ha convertido en el de un repugnante insecto. Al principio, su hermana cuida de él, y le atiende, pero cuando ve que apenas come y no hay solución a la terrible pesadilla que todos están viviendo, lo abandona a su suerte, hasta que perece por inanición.
                   “El Proceso” es la esquizofrénica lucha de Joseph K por conocer por qué un día, sin previo aviso, unos oficiales de la justicia le hacen saber que, contra su persona, se ha abierto un proceso. Son verdaderamente agónicas las descripciones que hace Kafka de los palacios de justicia (las llamadas “secretarías”), de los que también están procesados, de los jueces, del pueblo en general. Me quedo con la claustrofóbica descripción del “estudio” del pintor que le explica los tres tipos de procesos que hay. Es tan real que, al leerla, uno siente esa asfixia típica de los lugares cerrados e insanos. He encontrado un interesantísimo artículo  del escritor Albert Camus, el autor de “La Peste”, llamado “La esperanza y lo absurdo en la obra de Kafka”, del que extraigo lo que sigue: “En “El Proceso” es acusado José K… Pero no sabe de qué. Quiere, sin duda, defenderse, pero ignora por qué. Los Abogados encuentran difícil su causa. Entre tanto, no deja de amar, de alimentarse o de leer su diario. Luego le juzgan, pero la Sala del Tribunal está muy oscura y no comprende gran cosa. Supone únicamente que lo condenan, pero apenas se pregunta a qué. A veces duda de ello y también sigue viviendo. Mucho tiempo después, dos señores bien vestidos y corteses van a buscarle y le invitan a que les siga. Con la mayor cortesía le llevan a un arrabal desesperado, le ponen la cabeza sobre una piedra y lo degüellan. Antes de morir, el condenado dice solamente: “Como un perro””.
                   “El Castillo” ya lo comenté en un anterior ensayo que comencé titulando: “La agonía de la vida…” Recuerdo aquí brevemente lo que decía un excelso Luis Acosta de la relación de la obra con el inicio de la tuberculosis en Kafka: “La génesis de “El Castillo” está ligada de una manera directa a los vaivenes de la enfermedad del autor”. Pero voy a ampliar un poco más citando a Camus: “A K… le nombran agrimensor del castillo y llega a la aldea. Pero desde la aldea es imposible comunicarse con el castillo. Durante centenares de páginas se obstinará K… en encontrar su camino, hará todas las diligencias posibles, empleará astucias, andará con rodeos, no se enfadará nunca y, con una fe desconcertante, se empeñará en ejercer la función que se le ha confiado. Cada capítulo es un fracaso. Y también una reanudación. No es lógica, sino perseverancia. La amplitud de esta obstinación constituye lo trágico de la obra.”
                   Kafka es agotador, pero encantador a la vez. Quizá parezca una paradoja, pero, para mí, son esos los sentimientos que encuentro en su lectura: el hastío y la felicidad. Me saca de quicio, no lo niego, porque vuelve una y otra vez a lo mismo para, al final, fallecer, tanto Samsa, como Joseph K., como K…, en la más triste de las soledades, en una especie de estoica posición ante la vida. Eso es precisamente lo que Albert Camus nos quiere explicar cuando dice: “Por eso Samsa, el protagonista de “La Metamorfosis”, es un viajante de comercio. Por eso lo único que le preocupa en la singular aventura que lo convierte en una araña es que a su patrón le causará descontento su ausencia. Le crecen patas y antenas, su espinazo se arquea, su vientre se llena de puntos blancos, y no diré que no le asombre, pues fallaría el efecto, pero sólo le causa un “ligero fastidio””.
                   Enorme Kafka, descansa en paz tú también.

Juan Pe Ruiz.


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