jueves, 1 de marzo de 2012

LOS ÁNGELES MÁS LITERATOS (Juan Pe Ruiz)

Supongo, amigo Juan Pe, que pronto nos hablarás de la relación que hay entre la palabra ángel y la de venidos del más allá, eso es, del espacio. La cosa se pone interesante… Como siempre, gracias por tus aportaciones.  

 Mucho se ha hablado de los ángeles durante la historia de la literatura, sin mencionar, cómo no, las infinitas citas comprendidas en el “libro” de los libros, esto es, la Biblia. Sería para completar un estudio enorme, no un pequeño ensayo, así que resumamos. Comencemos por Dante, por ejemplo: “Sus rostros eran llamas vivientes, sus alas eran de oro; todo el resto era de intenso color blanco, ni la nieve puede comparársele. Cuando descendieron hasta la Rosa en flor, de jerarquía en jerarquía, compartieron la paz y el ardor que habían obtenido, y las alas abanicaban sus flancos” (Divina Comedia. Paraíso, XXXI). Normalmente, los ángeles dantescos son como los que han aparecido a lo largo de los siglos en cuadros y frescos de las Iglesias católicas: blancos, inmaculados, con alas de oro en sus flancos… Pero hay mucho más detrás de estos voladores espíritus. Veámoslo.
            Una descripción muy parecida a la del escritor florentino es la que da Père Lamy: “Su vestimenta es blanca, pero de una blancura sobrenatural. No puedo describirla, porque no es comparable a la blancura terrena; es mucho más suave. Estos ángeles luminosos están envueltos en una luz tan diferente de la nuestra que en comparación todo lo demás parece oscuro. Cuando uno ve una bandada de cincuenta de ellos queda atónito. Parecen vestidos con láminas de oro y se mueven sin cesar, como muchos soles”.
            Sin embargo, la descripción bíblica de los ángeles por parte del profeta Isaías es bien distinta. En su visión, el profeta nos dice: “En el año en que murió el rey Uzías, vi al Señor sentado en un trono elevado; su séquito llenaba el templo. Sobre él estaban los serafines. Cada uno tenía seis alas; con dos de ellas cubrían su rostro, con otras sus dos pies, y con las otras dos volaban…” Es semejante esta descripción a la que hace el inglés John Milton en su genial libro  “El Paraíso Perdido”: “… tenía seis alas para proteger sus divinas formas; el par que tenía sobre cada hombro cubría su pecho con ornamento real; el par del medio ceñía su cintura como una zona estelar y rodeaban su lomo y sus muslos un plumón dorado y colores celestiales; el tercero cubría sus pies con plumas y hebras del color del cielo”.
            Volvamos a Milton. En su mencionada obra llamó “Satanás” al demonio principal , que  había sido el ángel preferido de Dios. Dante lo denomina “Lucifer”, que en latín es “el portador de la luz” (Lux: luz; Ferre: llevar), y no lo sitúa en un pozo de llamas, sino en un lago helado (El Cocito), pues, como dice algún comentador de la “Comedia”, “el hielo es lo más adecuado para el frío corazón de quien no puede amar”. El Lucifer de Dante es un monstruo gigantesco. Su cabeza tiene tres rostros. El del frente es rojo, y de los otros dos, que se unen a éste en la línea central de cada hombro, uno es de color blancoamarillento y el otro negro.  “De debajo de cada uno salían dos poderosas alas del tamaño correspondiente a esa ave: nunca vi velas tan amplias. No tenían plumas, sino la forma y textura de las de un murciélago. Y las batía, habiendo soplar tres cientos hacia adelante” (Divina Comedia. Infierno, XXXIV).
         Tres referencias más a la Biblia y terminaremos con San Agustín. La primera, la del Apocalipsis de San Juan, 12, 7-9: “Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él”.  La segunda, volvemos a Isaías, que es el profeta que más he leído en la Biblia: “¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la Aurora! ¡Has sido abatido a tierra, dominador de naciones!. Tú, que habías dicho en tu corazón: “al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión, en el extremo norte. Subiré a las alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo”. ¡Ya!. Al sepulcro has sido precipitado, a lo más hondo del pozo” (Isaías 14, 12-15). La tercera, la de Ezequiel, que los vio así en el trigésimo año del cautiverio de los judíos de Babilonia: “Y miré y vi un torbellino que provenía del norte, una gran nube y un fuego que se envolvía a sí mismo, y una luminosidad que lo rodeaba y que emanaba de una niebla de color ambarino, entre el fuego. También de allí provenían cuatro criaturas vivientes. Se parecían a un hombre. Y cada una de ellas tenía cuatro rostros y cuatro alas. Y sus pies eran rectos; las plantas de sus pies eran como las de un ternero y brillaban como el bronce bruñido. Y debajo de las alas tenían manos de hombre. Las alas estaban unidas entre sí, no se doblaban cuando avanzaban, se dirigían hacia adelante”.
            Y para acabar, como anticipaba, leamos a San Agustín: “Los ángeles son espíritus, pero no son ángeles porque sean espíritus. Se convierten en Ángeles cuando son enviados. Pues el nombre de Ángel se refiere a su oficio, no a su naturaleza. El nombre de su naturaleza es Espíritu; el de su oficio, Ángel, que equivale a mensajero”.

Juan Pedro Ruiz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario