lunes, 7 de diciembre de 2009

MI AMIGO RAFI (Quinta entrega.Nuestro barrio, 2)


El barrio donde vivíamos estaba flanqueado por dos rieras. Las calles corrían paralelas y perpendiculares a ellas. Todas las calles perpendiculares a las rieras hacían subida. Por eso, a pesar del mucho daño que hicieron las riadas del 1962, la mayor parte del barrio salió indemne de las inundaciones. Yo vivía allí, a escasos cien metros de la infernal crecida que se llevó por delante a cientos de personas en todo el Vallés. Mi padre trabajaba en aquel entonces en una fundición situada a 10 metros de la riera. Cuando llegó aquella noche del trabajo comentó que había visto bajar mucha agua por el río hasta entonces seco. En casa teníamos goteras y aquella noche se incrementaron hasta tener que utilizar un paraguas por dentro de la casa (el techo de cañizo y yeso, se volvía permeable a la que fallaban las tejas. Recuerdo que llovía muchísimo y veía a los mayores que hablaban con mucha preocupación de lo que pasaba en las calles cercanas a la riera.

Precisamente, en una de aquellas calles, tan próximas a la tragedia, habíamos vivido nosotros a poco de llegar de Brasil.

A la mañana siguiente no fuimos al colegio. Muchos estaban siendo utilizados para albergar a los damnificados. Recuerdo que bajé a la riera, seguramente con mi padre. Fue impresionante. Lo que el día anterior, por la mañana, era el lecho llano y pedregoso de la riera, ahora estaba lleno de montañas. Pequeñas montanas de troncos, ramas, ropas, enseres de la casa, colchones… todo mezclado y formando montículos. Muchos soldados y miembros de la cruz roja escarbando en el lecho del río, rebuscando en aquellas montañas de deshechos. De vez en cuando, se oían gritos en alguna parte del río y todos corrían hacia allí: había aparecido una víctima.
Recuerdo acompañar a mi madre a las escuelas y a la parroquia a visitar a conocidos o a conocidos de conocidos. A ver cómo se les podía ayudar. La gente no tenía nada, pero ofrecían lo poco que tuvieran para socorrer a los que TODO lo habían perdido.
Siendo tan pequeños, creo que apreciábamos el espíritu solidario que la desgracia había despertado y nos sentíamos dispuestos también a ayudar. Esa era la sensación que yo tenía. La riada de septiembre de 1962 se había producido en una noche, las consecuencias se sintieron durante muchos, muchos años.
De momento llegó el corte de suministro de agua. Había que ir a llenar garrafas de cristal y otros recipientes de una cuba que la repartía a 200  o 300 metros de donde vivíamos. El Rafi se hizo con un mástil largo (nunca supe de dónde lo había sacado) y lo utilizábamos para transportar las garrafas cogidas por las asas de cáñamo al estilo que más tarde vi que los hacían los chinos en las películas.
Aquel mismo año supimos también lo que eran las restricciones de petróleo y carbon (que era lo que se utilizaba en nuestras casas para cocinar y calentarnos. Fue el invierno de la gran nevada. ¡Dios! ¡Qué frío!
Jugábamos al escondite entre las zanjas que se hacían en la nieve para ir de una acera a otra, pero cuando se nos mojaban los zapatos y los calcetines, nos pelábamos de frío. Además la ropa que llevábamos tampoco es que fuera muy abriga, pero el caso era jugar. Y unas broncas de las madres cuando llegámos mojados y tiritrando de frío a calentarnos en el brasero...
De estas penurias hablaremos en otro capítulo...
Ah,  en una de las fotos pequeñas, a la izquierda del puente destruido hay un pino. Un día os hablaré de él.
¿QUE NO CONTINUARÁ?... YA LO VERÉIS

1 comentario:

  1. Enhorabuena por estos pequeños trazos de nuestra historia más reciente. Mi padre siempre comenta haber ido en una asmática y ruinosa Bultaco a Terrassa a ver el terrible daño que ocasionó la riada del 62. "Se descolgó una nube", suele decir sobre aquella noche infernal. Un saludo. Juan Pe Ruiz.

    ResponderEliminar