viernes, 16 de julio de 2010

EL RAFI (Vigésima entrega)

Sí, ya sé que los seguidores del Rafi, habrán pensado estos últimos tiempos que habían sido abandonados a su suerte. Nada más lejos de la realidad. En realidad he estado recabando información sobre mi antiguo amigo.
La suerte me condujo hasta un familiar, un sobrino… Sí, si, el sobrino del ínclito Rafi, que probablemente podrá aportarme algunas fotos de la época para ilustrar la narración de nuestras andanzas.
De momento aquí dejo una nueva entrega.

Aunque el barrio donde vivíamos el Rafi y yo era un barrio de gente llegada de todos los rincones de España, principalmente de Andalucía, un barrio de gente trabajadora, seguramente con pocos medios económicos, contaba con una Iglesia Parroquial, la de San Cristóbal. La iglesia, era una ermita semi-subterránea, bastante grande y donde se producían, con gran asistencia de feligreses, la mayor parte de los acontecimientos religioso-sociales del barrio (bautizos, comuniones, bodas, entierros...). La iglesia daba servicio también a los cercanos barrios de Las Arenas y Montserrat.
En el interior de la ermita se hospedaban 7 u 8 pasos de la procesión de Semana  Santa. Eran (son porque aún están allí) una Dolorosa, un Cristo en la cruz y otro en la sepultura que, a los pequeños nos impresionaban bastante.
Junto a algún otro niño, a veces, cuando se acababa la misa de las 8 de la tarde y ya las madres estaban en la puerta hablando un ratito y se habían apagado las luces (pocas) de la iglesia y sólo quedaba la tenue tiniebla que provocaban los cirios que ardían cerca de algunas de las imágenes, entrábamos en la iglesia a pasar miedo. Nos escondíamos detrás de las columnas y nos salíamos al paso el uno del otro, asustándonos y riéndonos a la vez, hasta que el sacristán o el mismo párroco (mosén Ros) nos echaban del recinto sagrado y nuestras madres nos reñían un poco y nos preguntaban que dónde estábamos, que hacía rato que nos estaban buscando.
El día de la procesión, supongo que el Jueves o el Viernes Santo, sacaban a la calle los pasos que iban acompañados de romanos con sus lanzas sus escudos, sus petos relucientes y sus cascos; iban también los nazarenos con sus capirotes blancos y su túnica negra. De ellos, algunos llevaban cruces a cuestas, otros iban descalzos y, algunos, arrastraban cadenas cogidas a sus tobillos. Iba también alguna banda de música interpretando la marcha típica de las procesiones. También iba la banda de cornetas y tambores de la Cruz Roja, uniformados, y los Guardias Urbanos, también con uniforme de gala que se caracterizaba por un cordón blanco entre pecho y espalda. ¡Dios,cómo nos gustaban esos uniformes!
Todo esto nos impresionaba inmensamente. El retumbar de los tambores y el sonido metálico de cornetas y trompetas nos producía un fuerte hormigueo en el estómago. Una mezcla de miedo y gozo propiciado por el estrépito y la melodía. Supongo que son vivencias tan fuertes, que se graban firmemente en la memoria, favorecidas por el fuerte impacto de sonidos y olores:  me embriagaba el olor del incienso que emanaba  de los incensarios que balanceaban los sacerdotes que abrían la procesión; me atraía el olor del algodón de azúcar, y de las manzanas bañadas en caramelo y de las almendras garrapiñadas que ofrecían algunos vendedores ambulantes tirando de sus carritos o acarreando una caja elevada por encima de su cabeza.
La gente se colocaba, a lo largo del recorrido de la procesión, por todo el barrio y, sobre todo en los cruces, podían haber dos o tres filas de personas mirando y comentando los pasos…,

ESTO NO SE ACABA AQUÍ ¿EH?...

1 comentario:

  1. Bueno, ya era hora de volver a encontrarnos con las andanzas de El Rafi. Me ha encantado esa parte descriptiva de la "tenue tiniebla de los cirios que ardían cerca de algunas imagenes". Suena muy a novela gótica... Que siga please...

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