jueves, 22 de julio de 2010

EL RAFI (Vigésimo primera entrega)






De entre las filas de personas que miraban arrobadas las imágenes que avanzaban, calle arriba, calle abajo, salió, una vez, un perrillo, y fue a meterse bajo los faldones que, debajo del paso, ocultaban a los costaleros. Durante unas décimas de segundo, ese movimiento cadencioso que caracteriza el avance del paso dejó de ser lento y pausado para convertirse en un salto hacia arriba hacia la derecha, hacia la izquierda… Todos vimos la imagen de la Virgen Dolorosa en el suelo, pero no, no fue más que una sensación visual. Con los ojos alzados a la altura de la imagen, no habíamos visto al Rafi que, casi tan rápido como el chucho, se había colado también debajo de las faldas del ingenio y salía a los pocos segundos con el animal en brazos, seguido de una serie de improperios, no del todo adecuados a la liturgia del momento,  procedentes del interior del paso y buscando, con una mirada de mala leche que espantaba, al dueño del bicho, que, por supuesto, no apareció. El Rafi soltó el perro en dirección contraria a donde transcurría la procesión y, el perro, asustado por el revuelo que había provocado, desapareció de allí.


Durante esos días era costumbre cocinar algunos platos propios de la Semana Santa. Eran días de vigilia, ayuno y abstinencia, sobre todo el Viernes Santo,
Todas las religiones tenían su tiempo de ayuno, un tiempo que servía para depurar el organismo, para limpiarlo de todas las grasas, miasmas y toxinas que se acumulaban durante el año, aunque eso, entonces, yo no lo sabía. Sólo sabía que era un sacrificio que había que hacer porque Nuestro Señor había muerto en la Cruz. ¡Ya te vale, Jesús!
 Recuerdo perfectamente el arroz con bacalao que hacía mi madre, también los garbanzos con bacalao me gustaban bastante, no tanto un potaje que sustituía la carne con acelgas. Pero lo que más me gustaba eran los roscos de Semana Santa. Eran unos roscos fritos en abundante aceite que quedaban como una porra de churrería, pero enroscada. No sólo me gustaba el rosco, sino también el hecho de reunirse mis tías con mi made para prepararlos. Era ocasión para escuchar las cosas que se contaban, recuerdos del pueblo, y de los pocos momentos del año en que las veía reir.


También recuerdo que esos días tenía posibilidad de salir con mi padre al campo. Las excursiones eran más largas y solíamos ir a sitios que hoy en día están ocupados por barrios o polígonos industriales. Las salidas con mi padre eran caminatas bastantes silenciosas, sólo interrumpidas por las explicaciones sobre éste o aquel árbol, planta o animal, sobre todo pájaros. Le gustaba enseñarme plantas que había en el campo y que eran comestibles, para él casi todas. Le gustaba coger borrajas, por ejemplo, que luego, en casa, comía en ensalada. También era amigo de los hinojos que comía tanto crudos como en algunos caldos que hacía mi madre, y que yo aborrecía.
Por supuesto que mi madre no se perdía ni nos dejaba perder ninguna de las funciones religiosas que se celebraban esos días. Desde un vía crucis matinal, qué digo matinal, ¡a las siete de la mañana!, con un sueño que te morías, hasta la misa de Pascua que se celebraba en la noche del sábado Santo y en la que también te morías de sueño.

BUENO, Y AHORA UNA NOTA:
En esta entrega podéis ver, en exclusiva, unas fotos del mismísimo... Son fotos que ya os dije que iba a conseguir por medio de su sobrino, descubierto milagrosamente. A ver qué os parecen.
¿Os lo habíais imaginado así?

1 comentario:

  1. Por fin conocemos al famoso Rafi. Yo lo imaginaba más o menos así, con esa cara de pillo que hace en la foto colegial. Has hecho un trabajo digno de Hercule Poirot, amigo Manu. Felicidades. La entrega tuya ha ganado muchísimos enteros con esas fotos del "coleguilla". Un abrazo.

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