domingo, 31 de enero de 2010

INFOMETEO.ES

Una página muy buena para saber qué tiempo va a hacer en las próximas horas y días. Mapas del tiempo; temperaturas máximas y mínimas de tu localidad, España, el mundo... Velocidad del viento, humedad relativa. Una estación meteorológica completa.
www.infometeo.es

sábado, 30 de enero de 2010

CURRICULUM VITAE

Si has de fer un Curriculum Vitae has de tenir en compte que és molt important no cometre errors en la composició d'aquest document. Perque tot surti bé no deixis de mirar aquest article de ActualPsico. www.actualpsico.com

jueves, 28 de enero de 2010

EL RAFI (decimocuarta entrega)




Por el barrio no nos movíamos nunca de noche. No por nada, sólo porque nuestros padres no nos dejaban, principalmente en invierno. En las calles no había iluminación y, cuando caía la noche, sólo algunas casas tenían alguna lucecita encima de la puerta (como en los cuentos) para alumbrar la entrada.
En el verano, como podíamos jugar por la noche, mientras los padres, especialmente las madres, tomaban la fresca, lo hacíamos alrededor de la luz que daban esas pocas luces que maliluminaban algunas zonas de la calle. En el resto de la calle reinaba la oscuridad.
Una de esas noches, el Rafi y yo nos fuimos alejando de nuestra calle sin darnos cuenta. Estábamos buscando piedras bien redondas, que la luz de la luna llena permitía seleccionar,  para tirar con nuestros tirachinas y nos fuimos hacia la riera de las Arenas.
La parte de la riera más cercana a nuestra calle tenía un paso de los que habían construido después del desastre de las inundaciones. Por ese paso se accedía a un barrio formado sólo por pisos de protección oficial construido por el Movimiento. Desde allí hasta el propio barrio de las Arenas, el barrio más pobre de la pobre ciudad de aquellos tiempos, había un olivar inmenso y un bosque de pinos.
Buscando, buscando, y sin darnos cuenta, nos fuimos separando y cuando acordé, el Rafi no estaba.
Subí la rampa del otro lado por ver si estaba en aquella zona, pero en su lugar vi a dos hombres; dos hombres que conocía de haberlos visto por la tienda del Pepe Luis pidiendo algo de comer porque estaban acampados al otro lado de la riera, en el olivar. En la tienda nos llamó la atención que el más alto tuviera  una de las mangas de su chaqueta colgando, vacía, desde el hombro y desapareciendo en el bolsillo de la americana.
Uno de ellos hizo un gesto al otro para que se marchara y se dirigió hacia mí. Yo intenté salir por piernas de allí, pero el hombre ya estaba muy cerca y me agarró por la muñeca con una mano que parecía una garra. Aunque forcejeé todo lo enérgicamente que pude, fue inútil. Aquella mano huesuda y de largas uñas había hecho presa en mi muñeca como si fuera una argolla.
Entonces empecé a asustarme. Hasta entonces todo había sucedido tan rápido que no había tenido tiempo ni de pensar ni de hacerme cargo de lo complicado de la situación. El hombre empezaba a tirar de mí, sin decir palabra, hacia el olivar, que aunque no era muy espeso, sí que era muy extenso y cuando estabas en el centro, nadie, desde el camino que corría a lo largo de la riera, podía verte.
Comprendí que no debía dejar que llegara conmigo hasta los primeros olivos. Mientras estaba en el camino, alguien que pasara, de vuelta del trabajo, podía verme o sentir mis gritos. Mis gritos… En ese momento me di cuenta de que no había chillado ni una sola vez. Había invertido todas mis fuerzas en intentar zafarme de aquella grapa que me inmovilizaba el brazo izquierdo.
Mientras aquel energúmeno trataba de conducirme, en volandas, hacia la espesura del bosquecillo, yo daba patadas y, a fuerza de retorcerme y, ahora sí, gritar, le hacía dar vueltas intentando controlarme. En eso, una mujer que pasaba, seguramente de llevar la cena a su marido que debía trabajar en uno de los talleres con telares de lanzadera que había algo más arriba del puente de la vía, yendo hacia la Electra, nos vio y gritó:
-¿Qué le hace usted al chiquillo?
-¿Qué le hago? Que no quiere encerrarse… Mire la hora que es y no quiere más que jugar…
-Pues déle usted un par de guantazos y verá que pronto se le quitan las ganas de jugar.-Dijo la mujer y siguió hacia los pisos sin dar mayor importancia al asunto.
En ese mismo momento, el gigantón soltó mi brazo y se echó la mano a la frente soltando un alarido de dolor. Verme libre, darme cuenta de lo que había pasado y salir disparado hacia la orilla de la riera, fue todo uno. Allí me esperaba el Rafi. Tenía en la mano el tirachinas con el que había soltado una pedrada en la frente al menda, que, al sentir el dolor, se había echado la única mano que tenía, a la cabeza, teniendo que soltarme para poder frotarse la herida.
Yo diría que el Rafi se reía mientras corríamos a meternos en un tubo de desagüe que daba a una arqueta situada bastantes metros más arriba y que aseguraba que el manco perdiera nuestra pista. Después cruzamos de nuevo la riera por la siguiente rampa y, ya lejos del peligro, volvimos por las calles del barrio, a esas horas bastante oscuras y desiertas, hasta el lugar donde, por suerte, las mujeres seguían hablando tranquilamente, ajenas a nuestra aventura..Y es que, aunque a nosotros nos parecía mucho, había pasado muy poco tiempo. Por supuesto, nosotros no dijimos ni pío de lo que nos ahb ía pasado
 Al día siguiente, cuando fui con mi padre a buscar hinojos cerca del olivar, pude ver que el campamento ya no estaba.

Herman “Moby Dick” Melville (por Juan Pe Ruiz)


¿No es impresionante? Así termina Juan Pe su último ensayo referido al creador de Moby Dick la fantástica novela de H. Melvilla. Impresionante es la cantidad y la calidad de sus ensayos con los que no deja de sorprendernos y que ya empieza a tener sus seguidores. Esto promete, Juan Pe, adelante…



Herman Melville (Nueva York, 1819-1891) debe su fama a la estupenda  “Moby Dick”, de eso no hay duda alguna. Yo voy a comenzar esta primera parte de mi ensayo sobre Melville hablando muy brevemente del principal terror que me produjo la lectura de dicha novela. Pero la segunda parte la dedicaré al lado más  oscuro del autor, el cual se encuentra en sus escasos pero paranoicos cuentos.
            No he de obviar, al hablar de “Moby Dick”, que la misma la dedicó Melville a mi queridísimo Nathaniel Hawthorne, del cual escribí un ensayo hace ya algunos meses. Lo más destacable para mí  es lo que el autor dedica a resaltar, a transmitir, a hurgar, si se me permite esa expresión, en el níveo tenebroso de la gran ballena. En particular, dedica todo el capítulo 42 a recrearse en dicha característica, lo que a la postre le sirvió para ganar su fama inmortal. Toda la obra es impresionante, pero ese capítulo que refiero es sencillamente estremecedor. Un botón de muestra: “Es esta alusiva cualidad lo que causa que la idea de blancura, si se separa de asociaciones más benignas y se une con cualquier objeto que en sí mismo sea terrible, eleve ese terror hasta los últimos límites. Testigo, el oso blanco de los Polos, y el tiburón blanco de los trópicos: ¿qué, sino su blancura suave y en copos, les hace ser esos horrores trascendentales que son? Esa blancura fantasmal es lo que comunica tal suavidad horrenda, aún más' repugnante que aterradora, al mudo goce maligno de su aspecto. Así que ni el tigre de fieras garras, con su manto heráldico, puede estremecer el valor tanto como el oso o el tiburón de blanco sudario”.
            Como he anticipado, sus cuentos son aún más opresivos que “Moby Dick”, y por ello ha sido comparado a menudo con Kafka, en aras a esa sensación claustrofóbica que encontramos en todos ellos. Particularmente me quedo con dos: “Benito Cereno” y “Bartleby, el escribiente”. El primero  nos habla “del mundo del racismo y la esclavitud a bordo de un barco que tiene dificultades para fondear  en las costas de Chile, a causa de los daños que ha sufrido por una tormenta en el Cabo de Hornos”, según leo en algún lugar. El segundo es aún más dramático. Se cuenta la historia por boca de un abogado de Nueva York que contrata a un escribiente para su despacho. Bartleby es este personaje, y su figura es descrita por Melville como “pálidamente pulcra, lamentablemente respetable, incurablemente solitaria".  Un comentarista de la obra nos dice: “Al principio, Bartleby realiza una gran cantidad de trabajo. Sin embargo, cuando el Abogado le pide que  examine con él un documento, Bartleby contesta impertérrito: "Preferiría no hacerlo". A partir de entonces, a cada requerimiento de su patrón para examinar su trabajo, Bartleby contesta únicamente esta frase.    Finalmente, Bartleby es detenido por vagabundo y encerrado en la cárcel. Allí termina dejándose morir de hambre poco antes de la última visita que le hace el Abogado. En un breve epílogo, el narrador comenta que el extraño comportamiento de Bartleby puede deberse a un rumor que acierta a escuchar”. Y aquí volvemos a Melville: “Bartleby había sido un empleado subalterno en la oficina de cartas muertas en Washington, del que fue bruscamente despedido por un cambio en la administración. Cuando pienso en este rumor apenas puedo expresar  la emoción que me embargó. ¡Cartas muertas! ¿No se parece a hombres muertos? Conciban un hombre por naturaleza y por desdicha propenso a una pálida esperanza. ¿Qué ejercicio puede aumentar esa desesperanza como el de manejar continuamente esas cartas muertas y clasificarlas para las llamas? Pues a carradas las queman todos los años. A veces, el pálido funcionario saca de los dobleces del papel un anillo –el dedo al que iba destinado, tal vez ya se corrompe en la tumba-; un billete de Banco remitido en urgente caridad a quien ya no come, ni puede ya sentir hambre; perdón para quienes murieron desesperados; esperanza para los que murieron sin esperanza, buenas noticias para quienes murieron sofocados por insoportables calamidades. Con mensajes de vida, estas cartas se apresuran hacia la muerte. ¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!.” ¿No es impresionante?
Juan Pe Ruiz

martes, 26 de enero de 2010

¡¡CRISIS SUPERADA!!

Nuestra humorista de cabecera nos envía este chascarrillo sobre cómo superar la crisis. Fácil...

Es agosto, una pequeña ciudad de costa...., en plena temporada; cae una lluvia torrencial hace varios días, la ciudad parece desierta.

Todos tienen deudas y viven a base de créditos. Por fortuna, llega un ruso forrado y entra en un pequeño hotel con encanto. Pide una habitación. Pone un billete de 100€ en la mesa del recepcionista y se va a ver las habitaciones.
El jefe del hotel agarra el billete y sale corriendo a pagar sus deudas con el carnicero.
Este coge el billete y corre a pagar su deuda con el criador de cerdos.
A su turno éste se da prisa a pagar lo que le debe al proveedor de pienso para animales.
El del pienso coge el billete al vuelo y corre a liquidar su deuda con la fulana a la que hace tiempo que no paga. En tiempos de crisis, hasta ella ofrece servicios a crédito.
La fulana coge el billete y sale para el pequeño hotel donde había traído a sus clientes las últimas veces y que todavía no había pagado.
En este momento baja el ruso, que acaba de echar un vistazo a las habitaciones, dice que no le convence ninguna, coge el billete y se va de la ciudad.

Nadie ha ganado un duro, pero ahora toda la ciudad vive sin deudas y mira el futuro con confianza.

MORALEJA: SI EL DINERO CIRCULA, SE ACABA LA CRISIS.

viernes, 22 de enero de 2010

EL RAFI (decimotercera entrega)



Cuando salíamos del colegio por la tarde, teníamos tiempo, antes de merendar, de ir a buscar material que utilizaríamos después para jugar. Materiales como una arqueta de olivo para hacer un tirachinas. Podíamos acercarnos a un mecánico de bicicletas que no estuviera muy alejado de nuestro camino a casa y que podía proporcionarnos gomas de recámara destrozada para hacer los tirachinas.
La parte donde se ponía la piedra era de cuero. Eso era más difícil de conseguir. Teníamos que conseguir la lengüeta de algún zapato o un trozo de cuero de restos de alguna fábrica. O sea, que hacer un tirachinas era una empresa con no pocas dificultades para dos mocosos como nosotros. Quizás por eso valorábamos tanto cada juego, cada juguete, cada instrumento que utilizábamos.
El Rafi utilizaba el tirachinas con una gran precisión. Era capaz de cazar gorriones en el olivar. Se los llevaba a casa y su madre los freía. A veces quería darme alguno, pero, la primera vez que llevé un pajarillo muerto a mi casa, a mi madre por poco le da un patatús. Así que salimos el pajarillo y yo por la misma puerta que habíamos entrado. Y por la noche, reprimenda de mi padre, aunque a él también le gustaban los pajarillos fritos. El tirachinas también servía para hacer competiciones de puntería sobre cualquier blanco. Nos gustaban sobre todo las latas, porque hacían ruido cuando les dabas. El rafi era cuidadoso con los proyectiles. No ponía cualquier piedra en su tirachinas. Tenían que ser redonditas y algo más pequeñas que una peladilla. Nos metíamos el tirachinas en el bolsillo de atrás del pantalón. La arqueta dentro y las gomas y el cuero por fuera. Yo, cuando llegaba a mi casa, escondía el artilugio debajo del lavadero porque a mi madre no le gustaban las armas (aunque no fueran de fuego)
Algunas veces íbamos a coger varillas de cierto matorral que servían para hacer flechines (la palabra flechines es, en catalán, el diminutivo plural de fletxa: fletxines, pasado a la pronunciación castellana y cambiada de género. Es muy curioso la gran cantidad de palabras catalanas que utilizábamos, lexicalizadas, en los barrios de inmigrantes). Los flechines debían medir algo más de medio metro. En la punta le colocábamos un trozo de alambre enrollado para que se pudiera dirigir en línea recta. Jugábamos a alejar, o sea, a ver quién lo enviaba más lejos o más alto cosa que era más difícil de medir y provocaba no pocas discusiones. El arco se podía hacer con una buena vara de olivo o, mejor, con una de cerezo, aunque ésta última era más difícil de conseguir. La cuerda era de fillís (otra palabreja sacada del catalán fil llis). El Rafi no llevaba el arco siempre tensado como hacíamos el resto, sino que, haciendo unas muescas con su navaja en los extremos de su arco, ponía y quitaba la cuerda cada vez que lo iba a utilizar consiguiendo así que la vara no cogiera forma y se pudiera tensar mucho más que los nuestros. La navaja del Rafi no era muy grande (así le cabía, cerrada, en el bolsillo), pero siempre estaba muy afilada. Era una herramienta imprescindible para preparar todo tipo de artilugios. Nunca le vi utilizarla para amenazar a nadie.
En alguna ocasión conseguía varillas de paraguas como flechines y eso era el no va más porque entonces se podían clavar en el barro, en el tronco de un árbol o en una puerta, je,je… Alguna vez le había visto cazar alguna rata con aquellas varillas. ¡Qué tío, el Rafi!
Un día el Rafi me dijo que íbamos a hacer una honda. Había conseguido un trozo de cuero bastante grande. Cortó un trozo rectangular, más o menos del tamaño de nuestra mano, le hizo un agujero en cada uno de los dos lados más cortos y ató a cada uno de ellos el extremo de una cuerda. La honda lanzaba piedras del tamaño de un huevo. Era muy difícil lanzar bien con una honda: Tenías que hacer girar, rápido y fuerte las dos cuerdas atadas al cuero al lado de tu cuerpo y soltar uno de los extremos de la cuerda con lo que la piedra salía disparada. Pero tenías que ser muy diestro para que la piedra no saliera en una dirección equivocada que pudiera suponer un peligro. Lo más normal era que la piedra saliera hacia arriba por lo que tenías que controlar que el pedrusco no te cayera en la cabeza. Nos fuimos a practicar contra la pared de una casa semiderruida. Tirábamos la piedra con la honda intentando dar a los trozos de revoco que quedaban en la pared y que íban cayendo al suelo por la fuerza de las pedradas. Pero la honda pronto cayó en desuso, sus proyectiles eran de difícil control y con el tirachinas nos apañábamos mejor.
SI NO PARA, CONTINÚA…

miércoles, 20 de enero de 2010

LA HERENCIA VALDEMAR

Señores, se nos acumula la faena. Resulta que este viernes 22-01-2010, estrenan la Herencia Valdemar, película basada en relatos de HP Lovecraft, autor del que no hace mucho (a mediados de diciembre) nos hablaba el terrible Juan Pe Ruiz.
Es película pa los amantes del cine de jiñe, entre los que no me cuento. Fijo que el fiera va a verla y nos la explica, ¿que no?.
Aquí tenéis el trailer pa que os hagáis cargo:

martes, 19 de enero de 2010

CHASCARRILLO LA TERE (por Teresa Poyato)


A pesar de lo mal que están las cosas nuestra amiga Tere no pierde el humor. Si perdemos el humor perdemos el partido de la vida. Gracias Tere por animar nuestros momentos más chungos.


Un matrimonio está invitado a una fiesta de disfraces, pero a ella le dolía muchísimo la cabeza, y le dijo al marido que se fuera solo.
Él protestó, pero ella le dijo que se iba a tomar una aspirina y que se iba a ir a la cama, que no había necesidad de que él se quedara en casa. Así que el marido se puso el disfraz y se fue.


La mujer, después de dormir una hora, se despertó bien, sin dolor. Como era temprano, decidió ir a la fiesta. Como el marido no sabía cual era su disfraz, ella pensó que sería divertido observar cómo actuaba cuando estaba solo.

Ella llegó a la fiesta y enseguida vio al marido bailando en la pista con cada chica con la que se cruzaba, tocando un poco por acá, tirando besitos por allá... La mujer se le acercó y empezó a seducirlo. Él dejó a la mujer con la que estaba y se dedicó a la recién llegada (su mujer). Ella lo dejó avanzar todo lo que él quiso.

En un momento dado, él le susurró una proposición en el oído y ella aceptó. Salieron, entraron a uno de los coches y tuvieron sexo de todas las maneras y posiciones. Antes de desenmascararse, a medianoche, ella se escabulló, se fue a su casa, se quitó el disfraz y se metió en la cama, preguntándose qué clase de explicación le iba a dar su marido.

Cuando él entró, ella estaba sentada en la cama, leyendo. Con aire distraido le pregunta:

- ¿Cómo te fue?
- Bueno, lo de siempre... ya sabes que no lo paso bien cuando no estoy contigo.
- ¿Bailaste mucho?
- Ni una sola pieza. Cuando llegué, me encontré con Roberto, Juan, Carlos y otros, así que nos fuimos a la planta baja y jugamos al póker toda la noche...


¡Lo que no vas a creer  es lo que le pasó a Manolo. Le presté mi disfraz, se topó con una calentorra y se puso morao!

AMBROSE “BITTER” BIERCE (Por Juan Pe Ruiz)


En esta entrega, Juan Pe, nos da a conocer un nuevo autor, seguramente desconocido para muchos de nosotros. Digamos que, entrega a entrega, nuestro ensayista nos está introduciendo en un tipo de lietratura poco conocida para el gran público. Excelente labor divulgativa, Juan Pe.




Cuenta una reciente edición de “Maestros del Terror” de El País que “al  periodista Ambrose Gwinett Bierce le apodaban “Bitter Bierce” por su humor amargo y cáustico. Nació en Ohio en 1.842, pero el lugar y la fecha de su muerte siguen siendo un misterio. Durante la Guerra de Secesión luchó junto a las fuerzas nordistas y de esa experiencia escribió: “Cuentos de soldados y civiles”. Se sabe que en 1913 cruzó la frontera mexicana para unirse a la Revolución… y nada más, como si se tratara de uno de sus cuentos, aunque por algunos documentos que se refieren a un “gringo viejo” se cree que fue fusilado”. Esa espeluznante y tétrica desaparición dio lugar incluso a una película rodada en 1.989, protagonizada por Gregory Peck en el papel de Bierce, y que precisamente se tituló “Old Gringo”.
                        “Como periodista, Bierce fue un satírico planfletista de fama, pero su mayor reputación descansa en sus terribles y feroces narraciones cortas”, afirma Lovecraft en “El horror en la literatura”. Yo me quedo con todas, pero voy a destacar algunas sobremanera:
                         “La muerte de Halpin Frayser”.-  Lovecraft nos remite  a dos comentaristas: El escritor Samuel Loveman, que dice que “las flores, el verdor, las ramas y hojas de los árboles son elementos magníficamente colocados en contraste con la malignidad antinatural. El mundo de Bierce no es el mundo dorado de lo cotidiano, sino un mundo impregnado de misterio, de azul y de intensa obstinación de sueños. Sin embargo, curiosamente, la inhumanidad no está completamente ausente”.  Otro comentarista, del que también nos habla Lovecraft,  Frederic Taber, por su parte, considera este relato como “el más diabólicamente espantoso de la literatura de lengua anglosajona”. En síntesis, y siguiendo a Lovecraft, “trata de un cadáver que se oculta una noche sin un alma en un bosque espectral y de un hombre acosado por recuerdos ancestrales que encuentra la muerte en las garras de la que había sido su adorada madre”.
                        “El Clan de los Parricidas”.-  Que son varios relatos dentro de uno, en los que aparecen verdaderos maestros del arte del parricidio: “Una conflagración imperfecta”, “Mi crimen favorito”, “Una tumba sin fondo”, “El Hipnotizador” y, por encima de todas, “Aceite de perro”, en el que los padres del narrador acaban en el caldero hirviendo donde los perros iniciales han sido sustituidos por niños para crear el mejor aceite de perro (Ol. can) del contorno.
                        “El dedo medio del pie derecho”, quizá mi favorita. Veamos algunos bocetos de la narración de H.P Lovecraft en “El horror en la literatura”:  “Un hombre llamado Manton ha matado espantosamente  a sus dos hijos y a su esposa, a la que le faltaba el dedo medio del pie derecho. Diez años más tarde regresa al lugar, donde lo han retado. Le dejan a solas y a oscuras, en una habitación en la que por todas partes se extiende una espesa capa de polvo. Al día siguiente lo descubren acurrucado en un rincón, muerto de terror a causa de algo que ha visto. La única clave visible la dan los descubridores: “en el polvo que cubre espesamente el suelo, desde la puerta por la que habían entrado y cruzando la habitación en línea recta hasta una yarda del cadáver acurrucado de Manton, había tres líneas paralelas trazadas por las huellas de unos pasos; unas huellas ligeras, pero claras, de unos pies desnudos; las de los lados eran de niños pequeños; y la central, de mujer. Llegaban hasta un punto, y desaparecían; las tres en la misma dirección””. Ya habréis deducido que las huellas de mujer mostraban la falta del dedo medio del pie derecho...
                        Genial y enigmático Ambrose “Bitter, Old Gringo” Bierce, descansa en paz donde quiera que estés y gracias por tus estremecedores relatos que tan espantosos momentos me has hecho pasar.

Juan Pe Ruiz.

lunes, 18 de enero de 2010

HAITÍ, HAITÍ, HAITÍ...




Llegeixo amb molta tristor, mentre em menjo la madalena de l’esmorzar, les notícies, horribles, que arriben d’Haití.
Ja no és només el devastador efecte del terratrèmol, són les notícies del vandalisme, els saquejos, les agressions a persones. Són les notícies del comportament humà, que, posat en situacions extremes de necessitat, torna al seu primitivisme animal. És la informació de com l’home treu els seus pitjors instints quan la natura imposa la seva llei.
Al marge de l’actuació de les bandes organitzades, jutjar  aquest comportament és molt fàcil pels que acomodats als nostres sofàs mirem les imatges de la tele. Tirem de targeta, enviem un donatiu, si és que l’enviem, i ens sentim molt solidaris. Però viure aquella situació in situ no ha de tenir res a veure amb la realitat. Deu ser horrible caminar entre morts, tenir familiars i amics enterrats en les runes i passar gana un dia i un altre i un altre.
La nostra solidaritat havia d’haver estat molt temps abans, quan sabíem que aquests països eren tan pobres i no fèiem res per evitar-ho.  
Ara tot són bones paraules i bones intencions per part del governs, però quan la mort ja no sigui notícia, tornarem a oblidar-los.

domingo, 17 de enero de 2010

EL RAFI (duodécima entrega)

 
Éste podría ser uno de los alumnos de D. Gregorio el día en que el fotográfo venía a hacer las fotos de cada niño.


Don Gregorio gustaba de repartir mandobles con una regla de madera que parecía de hierro. Dependiendo de la gravedad de la fechoría cometida el reglazo podía recibirse con la palma de la mano abierta (estar hablando, distraído, no saberse algo, levantarse sin permiso…) o con los dedos juntos en forma de alcachofa. Eso dolía más. Cuando recibías en la punta de los dedos era porque te habías reído de algo, le habías contestado mal, no le habías hecho caso, o le habías dejado mal delante de otro mayor, sólo por no haberte levantado cuando entraba esa persona en la clase o haber interrumpido su conversación. Si “era necesario”, te podía soltar un guantazo, que era mucho más rápido y “efectivo”. Don Gregorio, como muchos de los maestros de la época, no tenía piedad a la hora de aplicar los castigos y tenías que estar muy bien considerado por él para librarte de sus iras.
Pero también tenía, el pobre, sus técnicas de enseñanza aparte del reparto de estopa. A mí me gustaba cuando nos ponía en fila alrededor de las mesas de la clase y nos iba preguntando las tablas de multiplicar, o nos hacía cálculo mental realizando sumas, restas o multiplicaciones al fallo, o sea, el que sabía la respuesta adelantaba a los que fallaban. Lo suyo era llegar al primer lugar, mantenerse allí varias preguntas y perder posiciones para volver a adelantar otra vez, si se podía y no se acababa el tiempo. Era muy emocionante cuando el maestro iba pasando la vez de niño en niño, dando golpes en la mesa con la regla, veías que se iba acercando, sabías la respuesta y los niños que estaban delante de ti iban fallando… De pronto, justo el que estaba antes que tú, decía la respuesta correcta. ¡Qué rabia! Bueno, tenías que esperar otra ocasión…
La verdad es que a la mayoría de los compañeros les importaba muy poco lo que se podía aprender en el colegio. La mayoría dejaría el colegio para trabajar al cumplir 12 o 14 años. Algunos de ellos eran ya con 8 años bastante duros. Eran los que aguantaban, sin mover la mano, a que le soltara el maestro un reglazo por no saberse tal o cual río o haber hecho mal las restas. Los que éramos más cagabandurrias solíamos apartar la mano cuando nos iba a dar con la regla lo que motivaba que el maestro se mosqueara, nos cogiera por la muñeca, se mordiera la berruga y nos endiñara tres o cuatro castañazos de regalo.
Pero lo bueno, lo mejor de todo, estaba al salir de la escuela, estaba en la calle, en el campo que había entre el colegio y nuestra casa. En ese tiempo que transcurría hasta llegar a nuestra calle. Solía ser poco tiempo porque tu madre te esperaba para que merendaras (eso era sagrado) y tenía calculado el tiempo que podías tardar. Si tardabas mucho había bronca. Tenías tiempo de ir a buscar las bolas o la peonza que habías escondido por el camino en el hueco de un árbol, debajo del puentecillo que cruzaba la riera, entre unos matorrales apartados de la vista de curiosos. No las llevábamos al cole por diferentes motivos: a veces, porque debías bolas o cromos o cajillas de mistos y así dabas tiempo a que se olvidara la deuda; otras veces porque si eras de los pequeños, algún grande podía tener la tentación de quitártelas si se enteraba que tenías buen material, y, se enteraba porque si llevabas material a la escuela era para enseñarlo si no pa qué…; y otras veces por el mero placer de comprobar al salir que seguían donde las habías dejado.
CONTINUANDO EN BREVE...

sábado, 16 de enero de 2010

JUAN PE RUIZ POR HAITÍ




No hay nada más doloroso que la muerte de un niño, al menos para mí.  Veo las imágenes de esa madre haitiana gritando desconsoladamente junto al cadáver de su hija y me embarga la emoción, la tristeza, la impotencia. La magnitud no es comparable, pero es la misma sensación que sentí con la explosión de los trenes en Madrid. Recuerdo haber llorado viendo las primeras secuencias en la televisión, y si aquello nos dolió por la proximidad, esto que ha ocurrido en Haití no nos puede dejar indiferentes.
            La triste ley de vida hace que todo deba seguir; que continuemos trabajando, paseando, comiendo, sonriendo... es inevitable. Pero algo en lo más profundo de nuestros corazones ha de hacer que la vida se pare un momento, un instante, apenas un minuto. Sintamos en esa brevedad el dolor de todas esas personas que lo han perdido todo y que a su paupérrima vida viene a sumarse este holocausto de muerte. Contribuyamos económicamente, por favor, sólo es un euro por persona; no llega siquiera a lo que nos cuesta ese café con leche que, a menudo, tan mal nos sienta a media mañana.
            No hay nada más doloroso que la muerte de un niño, al menos para mí.

Juan Pe Ruiz.