jueves, 28 de enero de 2010

Herman “Moby Dick” Melville (por Juan Pe Ruiz)


¿No es impresionante? Así termina Juan Pe su último ensayo referido al creador de Moby Dick la fantástica novela de H. Melvilla. Impresionante es la cantidad y la calidad de sus ensayos con los que no deja de sorprendernos y que ya empieza a tener sus seguidores. Esto promete, Juan Pe, adelante…



Herman Melville (Nueva York, 1819-1891) debe su fama a la estupenda  “Moby Dick”, de eso no hay duda alguna. Yo voy a comenzar esta primera parte de mi ensayo sobre Melville hablando muy brevemente del principal terror que me produjo la lectura de dicha novela. Pero la segunda parte la dedicaré al lado más  oscuro del autor, el cual se encuentra en sus escasos pero paranoicos cuentos.
            No he de obviar, al hablar de “Moby Dick”, que la misma la dedicó Melville a mi queridísimo Nathaniel Hawthorne, del cual escribí un ensayo hace ya algunos meses. Lo más destacable para mí  es lo que el autor dedica a resaltar, a transmitir, a hurgar, si se me permite esa expresión, en el níveo tenebroso de la gran ballena. En particular, dedica todo el capítulo 42 a recrearse en dicha característica, lo que a la postre le sirvió para ganar su fama inmortal. Toda la obra es impresionante, pero ese capítulo que refiero es sencillamente estremecedor. Un botón de muestra: “Es esta alusiva cualidad lo que causa que la idea de blancura, si se separa de asociaciones más benignas y se une con cualquier objeto que en sí mismo sea terrible, eleve ese terror hasta los últimos límites. Testigo, el oso blanco de los Polos, y el tiburón blanco de los trópicos: ¿qué, sino su blancura suave y en copos, les hace ser esos horrores trascendentales que son? Esa blancura fantasmal es lo que comunica tal suavidad horrenda, aún más' repugnante que aterradora, al mudo goce maligno de su aspecto. Así que ni el tigre de fieras garras, con su manto heráldico, puede estremecer el valor tanto como el oso o el tiburón de blanco sudario”.
            Como he anticipado, sus cuentos son aún más opresivos que “Moby Dick”, y por ello ha sido comparado a menudo con Kafka, en aras a esa sensación claustrofóbica que encontramos en todos ellos. Particularmente me quedo con dos: “Benito Cereno” y “Bartleby, el escribiente”. El primero  nos habla “del mundo del racismo y la esclavitud a bordo de un barco que tiene dificultades para fondear  en las costas de Chile, a causa de los daños que ha sufrido por una tormenta en el Cabo de Hornos”, según leo en algún lugar. El segundo es aún más dramático. Se cuenta la historia por boca de un abogado de Nueva York que contrata a un escribiente para su despacho. Bartleby es este personaje, y su figura es descrita por Melville como “pálidamente pulcra, lamentablemente respetable, incurablemente solitaria".  Un comentarista de la obra nos dice: “Al principio, Bartleby realiza una gran cantidad de trabajo. Sin embargo, cuando el Abogado le pide que  examine con él un documento, Bartleby contesta impertérrito: "Preferiría no hacerlo". A partir de entonces, a cada requerimiento de su patrón para examinar su trabajo, Bartleby contesta únicamente esta frase.    Finalmente, Bartleby es detenido por vagabundo y encerrado en la cárcel. Allí termina dejándose morir de hambre poco antes de la última visita que le hace el Abogado. En un breve epílogo, el narrador comenta que el extraño comportamiento de Bartleby puede deberse a un rumor que acierta a escuchar”. Y aquí volvemos a Melville: “Bartleby había sido un empleado subalterno en la oficina de cartas muertas en Washington, del que fue bruscamente despedido por un cambio en la administración. Cuando pienso en este rumor apenas puedo expresar  la emoción que me embargó. ¡Cartas muertas! ¿No se parece a hombres muertos? Conciban un hombre por naturaleza y por desdicha propenso a una pálida esperanza. ¿Qué ejercicio puede aumentar esa desesperanza como el de manejar continuamente esas cartas muertas y clasificarlas para las llamas? Pues a carradas las queman todos los años. A veces, el pálido funcionario saca de los dobleces del papel un anillo –el dedo al que iba destinado, tal vez ya se corrompe en la tumba-; un billete de Banco remitido en urgente caridad a quien ya no come, ni puede ya sentir hambre; perdón para quienes murieron desesperados; esperanza para los que murieron sin esperanza, buenas noticias para quienes murieron sofocados por insoportables calamidades. Con mensajes de vida, estas cartas se apresuran hacia la muerte. ¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!.” ¿No es impresionante?
Juan Pe Ruiz

5 comentarios:

  1. Mh...me ha hecho retornar a mi época romántica de Bécquer, con la sensación, la blancura mortecina...Qué buenas lecturas:)!

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  2. Aún arriesgándome a ser políticamente incorrecto y a no ser bien recibido en su blons, soy de la opinión de que el capitán Ahab hubiera conseguido acabar con Moby Dick de una forma eficaz (y de paso conservar su vida) si hubiese lanzado la propia novela a la cabeza del descomunal cetáceo.

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  3. Two questions: 1/ ok, Ester, Bécquer ha sido nuestro Poe español. Sus leyendas son estupendas. Mi favorita es "El monte de las ánimas". 2/ Rucoma, toda crítica es loable y comentar lo que en el Blog de Manu se escribe más aún. Supongo que no te gustó Moby Dick, o que quizá es su grosor el que podía haber matado al cachalote. Sea como fuere, ok también a tu opinión, ¿para eso están los blogs no?

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  4. El mismísimo erBlons29 de enero de 2010, 11:31

    Abundo en lo que dice Juan Pe. Por supuesto que tu opinión es bien venida a erBlons.
    Abundo también en lo de Bécquer. Las leyendas son deliciosas. In illo tempore os hablé de él tanto a uno como a otro.

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  5. No todas las novelas son para todos. A veces no llegan en el momento preciso, a veces demasiado tarde.
    En cualquier caso, le informo don Manuel de que regalo libros. Puede consultar la lista aquí, publicarlo en su blons para una mayor difusión o quedárselos para la biblioteca de su escuela, si es que aún no la han sustituído por un centro de recursos multimedia.
    Gracias por su colaboración.

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