¿Os hablé de la tienda del Pepe Luis?
En el chaflán de enfrente del bar estaba la tienda del Pepe Luis. Era una tienda de alimentación, de aquellas que parecía que tenía un almacén de goma. Tenían de todo lo que ibas a buscar. Creo que entonces se compraba cada día lo que se necesitaba. Y la tienda era también lugar donde se encontraban las vecinas y comentaban la actualidad de la zona. A comprar sólo iban las mujeres, a veces, con los niños. Ver a un hombre en la tienda era algo chocante.
En la puerta de la tienda jugábamos muchas veces, el Rafi y yo, a las bolas. Tenía su dificultad porque la calle que cruzaba, hacía bajada y, si tirabas la bola muy fuerte se te podía ir calle abajo, bastante lejos. A veces hacíamos el guá justo donde empezaba la pendiente, para darle dificultad al tema. No os creáis, la posición y la forma del guá tenían su importancia en el juego. Si lo hacías cerca del bordillo era fácil colar la bola porque el rebote te favorecía. Cuando dominabas la técnica, hacías el guá pequeñito para darle emoción. A veces hacíamos el guá de un palmo de diámetro; entonces el juego era más relajado, no jugábamos a la verdad. Cuando jugábamos al guá nos poníamos las rodillas perdidas de tierra. Aquellas rodillas estaban endurecidas por la intemperie y el roce con el suelo (la mayoría de los juegos se hacían por los suelos). Era bastante chungo cuando tu madre decidía que aquellas rodillas no estaban presentables para cualquier “evento”. Entraba en acción con la piedra pómez y podías ver las estrellas en plena mañana.
Solíamos llevar pantalón corto también en invierno y, aunque los calcetines te llegaban casi hasta la rodilla, las piernas se ponían rojas y la piel de gallina del frío, pero el juego lo superaba todo.
Yo, los domingos, no podía jugar al guá. Llevaba la ropa nueva, la de los domingos, y si la ensuciabas o, peor aún, la rompías, te la podías cargar. El Rafi no, el Rafi podía ir los domingos con ropa de cada día (claro, él no iba a misa) y podía jugar a lo que quería. Los domingos no era día de jugar en la calle. Por la mañana te levantabas, te bañabas en el barreño, te ponías la ropa nueva y, a misa. Normalmente a la de 11 que era a la que iban la mayoría de los niños. Después de misa podías correr un poco por la plaza, a veces alrededor del carrillo las pipas. Podías comprar una paperina por 10 céntimos de peseta. La mujer también vendía chufas, chochos de vieja, cacahuetes y chiclets Bazooka. Era lo que más me gustaba. Con un chicle Bazzoka se te llenaba la boca de chicle y hacía unas bolas que, al explotar, se te podían pegar hasta en las cejas. No todos los domingos tenías suerte de pillar algo, porque la cosa no estaba para gastos.
A veces, después de misa había una sesión de cine gratuita, para los niños. Era en el cine del cura. No sé si se llamaba así porque era del cura, porque estaba en las instalaciones de la parroquia o por las dos cosas. También le llamábamos el cine Viejo.
A mí me encantaba aquella olor de cine. Nunca he sabido si era un ambientador, el jabón con el que fregaban el suelo o qué, pero los cines tenían una olor especial, agradable. Las películas eran cortometrajes de El Llanero Solitario, Rin tin tin, el Zorro, etc. Salíamos todo emocionados y,por la calle, imitábamos las hazañas que habíamos visto en las pelis.
Por la tarde, ya sin la ropa de los domingos, que te quitabas para comer, se visitaba a la familia. Los mayores se dedicaban a hablar de cosas de mayores y los niños a jugar con los primos.
TO VA A CONTINUÁ…
¡Qué bueno!. Me trae recuerdos de mi niñez a mí también. No sólo el guá, sino también, cuando llovía, jugábamos a la lima, y a deli-sopa, al churro, mediamanga, mangotero, etc...
ResponderEliminarNuestros hijos nos dicen que somos unos flipaos jugando a eso... todo lo que no sea DS, PS3, XBOX, Pendrive y esas memeces no saben jugar y disfrutar como antes. Abrazos. Juan Pe.