miércoles, 20 de octubre de 2010

MIS DETECTIVES FAVORITOS. 3.- GABRIEL GALE.

Bueno, ya veis que, en realidad lo que le gusta a Juan Pe es la poesía. La busca hasta en las novelas policíacas, y el caso es que la encuentra. Juan Pe: ¿para cuando otra de tus poesías en erBlons?

Del detective que, sin ser tal, encabeza esta serie, el Padre Brown, destaqué su enorme humanidad. Hoy voy a hablaros de otro descubrimiento de G.K. Chesterton, que no sólo goza de esa particularidad tan poco frecuente, sino que, además de ser pintor y poeta, entiende a los enfermos mentales con una extraordinaria sensibilidad. Gabriel Gale es el protagonista de “El poeta y los lunáticos”. Una edición de este extraordinario libro de “El Club Diógenes-Valdemar”, nos dice: “El poeta y los lunáticos (1929), aunque se presenta como una novela, en realidad está concebida como una sucesión de episodios que se entrelazan, en los que un loco, el poeta y pintor Gabriel Gale, pone a prueba su increíble capacidad para captar la importancia de detalles que permanecen ocultos o apenas visibles a los ojos de los demás”.
         Son ocho los relatos que componen esta obra. Dos de ellos son geniales: “La joya púrpura” y “La casa del pavo real”; otro es sublime: “El pájaro amarillo”. Y lo es porque en él es donde nuestro poeta se descubre con mayor acierto y sinceridad. Veamos, por ejemplo, lo que dice de sí mismo: “No me parecería ilógico que estuvieran pensando ustedes, ahora mismo, que estoy tan loco como ese hombre. Puedo asegurarles que soy a la vez como él y distinto. Soy como él porque puedo admitir el pensamiento de chifladuras como las suyas y tengo sus mismas ansias de libertad. Pero soy diferente porque puedo, por ventura, encontrar aún el camino de regreso a mi casa. Un loco de verdad es el que pierde el camino de regreso a su casa y jamás lo encuentra”.
         Este dulce y cálido libro de relatos tiene verdaderas joyas literarias, con esa sensibilidad tan especial que le confiere el ser un pintor, pero sobre todo, el ser un poeta. Y yo, que lo fui en mi adolescencia, me identifico con Gabriel Gale en muchos pasajes, como, por ejemplo, cuando a la pregunta de si duerme bajo un árbol, dice: “-No duermo, pero sueño. Si uno permanece mucho rato mirando hacia arriba, comprueba que no hay arriba ni abajo, que sólo hay algo que podríamos definir como un sueño luminoso, a todo lo más, verde”.
         La imaginación de Gale supera a la del común de los mortales. Para la mayoría de nosotros, según Chesterton, “en un simple seto de un jardín o en una revuelta de un camino hay algo, incluso tentador, de una belleza digna de admiración. Pero sigue adelante, tras admirar vagamente aquello”. Pero Gale no hace eso; va un poco, quizá un mucho, más allá: “La forma de una colina, los ángulos de una casa, suponían un gran reto para Gale, algo a descubrir. Y a descubrirlo se entregaba intensamente, hasta creer que había descubierto al menos parte del secreto que allí se escondía; feliz, entonces, porque ya podía dar algún nombre a su fantasía”.
         Y es que Gabriel Gale es original hasta en el amor. En el último de los relatos, “El manicomio de la locura”, se declara a una dulce damisela, la cual le sincera que le gusta, pero que una vez lo tomó por un loco, “aquel día que se puso boca abajo”. Nuestro poeta reacciona del único modo que su frágil cordura le permite: “-¿Y qué otra quiere que haga después de lo que acaba de decirme? –respondió Gale con calma-. Permita que me ponga cabeza abajo… Los niños que jugaban en el jardín contemplaron con asombro cómo un hombre vestido de negro hacía cosas que, como poco, podrían calificarse como extrañas”.

Juan Pe Ruiz.

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