martes, 10 de noviembre de 2009

LA MÁQUINA DEL TIEMPO (por Juan Pe Ruiz)

Juan Pedro Ruiz nos deleita de nuevo con uno de sus mini ensayos sobre una obra de arte. A mí me encanta su facilidad de expresión y ese estilo rápido y engrescador que demuestra una calidad literaria muy alta.
Encantado de publicarlo, Juan Pe.




Hace algunos años tuve la oportunidad de ver en el cine la película “La Máquina del Tiempo”, y me encantó. Quizá esa banda sonora… sublime; tal vez la fotografía y decorados… lo más probable sea por el argumento en sí: un genio de las matemáticas y la física se enamora, pero a su querida la asesinan en un parque la misma noche que él le declara su amor. Se encierra en su estudio e ingenia una máquina para volver al pasado con la intención de revivir su último encuentro, y que perdure… Pero aunque cambia de itinerario, de ubicación, de momentos, siempre la pierde. Entonces decide viajar al futuro, para encontrar una explicación al dilema de la eterna pérdida del ser amado.  En el final de la trama, un ser de las profundidades aclara todas las dudas al matemático: “-Alexander –le dice-, tú creaste la máquina del tiempo después de morir tu amor. Siempre que vuelvas al pasado, ella morirá.” Con la destrucción de la máquina mueren esos repugnantes seres de las tinieblas, y ahí acaba todo.

La “navecilla de mi ingenio”, como decía Dante al comenzar su Purgatorio, me llevó a conseguir la novela, escrita por H.G. Wells en 1895. La película no es fiel a la novela; al menos no en su argumento, sí en cuanto a la divergencia de los seres que el viajero del tiempo anónimo (en la novela) encontrará más allá del año ochocientos mil. Wells los identifica así: Eloi los que habitan en la superficie; Morlocks los que lo hacen bajo ella. Leo a Borges en “El libro de los seres imaginarios”, que dice: “Descubre que el género humano se ha dividido en dos especies: los Eloi, aristócratas, delicados e inermes, que moran en ociosos jardines y se nutren de fruta, y los Morlocks, estirpe subterránea de proletarios que, a fuerza de trabajar en la oscuridad, han quedado ciegos y que siguen poniendo en movimiento, urgidos por la mera rutina, máquinas herrumbradas y complejas que no producen nada. Pozos con escaleras en espiral unen ambos mundos. En las noches sin luna, los Morlocks surgen de su encierro y devoran a los Eloi”. En otro lugar de “Otras Inquisiciones” en un ensayo de Borges llamado “La flor de Coleridge”, leo también algo parecido e interesante: “El protagonista de Wells viaja físicamente al porvenir. Vuelve rendido, polvoriento y maltrecho; vuelve de una remota humanidad que se ha bifurcado en especies que se odian: los ociosos Eloi, que habitan en palacios dilapidados y en ruinosos jardines; los subterráneos y nictálopes Morlocks, que se alimentan de los primeros”.
Termino con unas frases del libro de Wells realmente estremecedoras: “Hacía siglos, hacía miles de generaciones, el hombre había privado a su hermano hombre del bienestar y de la luz del sol. ¡Y ahora aquel hermano volvía… cambiado!. Los Eloi habían empezado ya a aprender una vieja lección de nuevo. Volvían a conocer el miedo. Y de repente me vino a la cabeza el recuerdo de la comida que había visto en el mundo subterráneo”. Fascinante, de verdad.
Juan Pe Ruiz

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