domingo, 15 de noviembre de 2009

MI AMIGO RAFI (Tercera entrega)

Pero lo que más me maravillaba del Rafi eran sus “cucos”. En cada época del año se jugaba a juegos diferentes. Generalmente tenían que ver con las condiciones atmosféricas. Así pues, cuando llovía, las calles, sin asfaltar, por supuesto, se llenaban de charcos y barro. Ese terreno blando era muy apto para jugar a la lima. La lima se jugaba con una lima (alguien conseguía, nunca he sabido cómo, una lima sin el mango de madera). La parte puntiaguda era la que debía clavarse en los círculos que marcábamos en el suelo. Podían marcarse 8, 10, 12… círculos (el último era rectangular), separados un medio metro uno de otro. Tenías que ir tirando la lima de un círculo a otro hasta completar toda la serie. Después tirabas dejando uno en medio, sin clavar. De esta manera se aumentaba la distancia a la que debías mandar la lima. Había que tener cuidado de no interponerse cuando se tiraba la lima, pues te la podían clavar. Estos juegos de temporada igual que llegaban, se marchaban. Nunca he sabido cómo se decidía cuándo aparecían y cuándo se retiraban. Eran divertidísimos y lo que parece más increíble es que las reglas de cada juego se seguían a rajatabla.


El caso es que cuando era temporada de viento, supongo que en otoño, el Rafi confeccionaba sus cucos. El cuco era un pequeño "ingenio", sencillísimo, hecho con papel que, al estilo de una cometa rudimentaria y pequeñaja, volaba atado con un hilo de coser.


 Un cuco se hacía con una hoja de papel, generalmente una hoja de libreta, porque el papel era más duro que, por ejemplo, el de periódico, aunque también se podía hacer con éste último en caso de necesidad. Hay que tener en cuenta que una hoja de libreta arrancada de la ídem podía costarte un buen par de alpargatazos si tu madre se enteraba que la habías arrancado, o un par de pescozones si era tu padre el que conocía los hechos.
A lo que vamos, la hoja de papel debía ser cuadrada y, convenientemente doblada según se ve en la imagen adjunta. A continuación se ataba el hilo, de coser, también pispado a la madre de uno de los dos protas, en los dos extremos y en la cola del cuco. El resto de la cola se hacía también con papel (éste sí, de periódico viejo, que podía pedírsele al barbero, por ejemplo).

Por increíble que parezca el cuco volaba, sujeto por el hilo del resto de la bobina que había que cuidar de no ensuciar o perder para poderla devolver a la correspondiente madre para que no le costara un disgusto que podía suponer otros dos o tres alpargatazos, ¡qué vida!
El cuco volaba muy alto, sobre todo si lo volaba el Rafi, que aprovechaba como nadie las ráfagas de viento, que no podían ser muy fuertes, dada la endeblez del artificio.
A mí me embelesaba ver el cuco volando plácidamente mientras el Rafi sujetaba la bobina de hilo con una piedra y jugaba a cualquier otro juego que estuviera de moda en aquellos momentos.

Y ahora respondo a la pregunta que os estaréis haciendo hace rato: ¿por qué no construíais cometas, que son más grandes y vuelan más? Pues, sencillamente, porque un cuco era más barato y más rápido de hacer. ¿APM?

Tranquis..., continuará.

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