miércoles, 25 de noviembre de 2009

MI AMIGO RAFI (Cuarta entrega. Nuestro barrio)


Yo vivía, con mis padres y mis hermanas (una mayor y la otra menor que yo) en un pequeño piso alquilado, en la calle San Cosme. En mi barrio todas las calles tenían nombre de santo o de virgen.

El Rafi vivía justo enfrente. Su casa era de las que los propios dueños se habían ido construyendo poco a poco, después de comprar el terreno. No sé muy bien si se construía sobre plano; probablemente no. Más o menos todas las casas tenían la misma distribución y se iban construyendo según se tenía dinero para los materiales y ayudados por parientes los domingos.
Recuerdo la casa del Rafi con las paredes sin enyesar lo cual le daba un aspecto lóbrego y una gran sensación de frío. Un pasillo largo y oscuro al final del cual se vislumbraba el comedor y la salida al patio donde se encontraba el water. Una de las habitaciones, solía ser la de matrimonio, daba a la calle, las otras dos eran interiores y, como mucho tenían un ventanuco que daba a la habitación contigua o al tejado. Pero nosotros parábamos poco en las casas. La calle era un gran patio para jugar en invierno y en verano.

Cerca de mi casa, al doblar la esquina, justo en el chaflán había un bar donde se juntaban los hombres, sobre todo los sábados por la tarde y los domingos, a jugar a las cartas, al dominó y, por supuesto, a beber. También a hablar de fútbol, de toros y del trabajo.

Un poco más arriba había una librería. Recuerdo el olor a lápices, gomas de borrar, y sobre todo, el olor que despedían los libros, las libretas, los cuentos, todas las publicaciones que allí había. Aquel olor del papel nuevo y de la tinta me resultaba muy agradable y, siempre que entro en una librería me la recuerdan. Es curioso cómo el olfato te trae recuerdos vivísimos de tantas cosas…

Muchas veces iba a la librería a hojear los tebeos del Capitán Trueno o del Jabato que junto a los de Hazañas Bélicas eran los que más me gustaban. Comprabas tebeos en raras ocasiones. Los padres no te daban dinero así como así. Tenías que espabilarte, cambiándolos por bolas o cromos; jugándotelos al teje, y cuando ya tenías algunos, los guardabas como oro en paño, los leías y releías muchas veces y cada vez encontrabas algo nuevo en las viñetas, en las expresiones de los personajes, en aquello que decían…

Cuando ya los tenías muy vistos era el momento de cambiarlos, jugártelos o dárselo a algún amigo al que le debías algún favor o querías que te lo hiciera. Los que te gustaban especialmente los guardabas en una caja debajo de la cama.
Los tebeos, para los que nos gustaba leer, eran verdaderos tesoros. Pero eso ha pasado siempre...

SÍ, SÍ, CONTINUARÁ…

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