sábado, 20 de febrero de 2010

EL LENGUAJE EN SÍ: “CIEN AÑOS DE SOLEDAD”


Y ahora...Juan Pe en su estado puro... comentando la OBRA de Gabriel García Márquez.


De niño fui algo introvertido. Por culpa de un asma que me tomó demasiado cariño, gran parte de las frías tardes del invierno cambiaba el balón por los libros, y mis juegos se convertían en las epopeyas bélicas de Aquiles en La Ilíada” o en los “saltos jabonados de delfín” de García Lorca. En esos eternos encierros descubrí la que, para mí, es la más apasionante obra literaria jamás escrita: “La Divina Comedia”. Pero también di con la mayor novela que he leído jamás: “Cien años de soledad”. Entre los vapores del Averno de Dante y el bochorno de las mosquiteras tropicales de García Márquez he pasado los mejores momentos literarios de mi vida.
         “Cien años de soledad” es una obra inmensa, estupenda, la esencia del lenguaje, la riqueza del castellano. Desde el comienzo nos deleita con una lentitud apasionante. Es la historia de Macondo, el pueblo donde transcurrirán los cien años desde su fundación hasta ese final digno de “El Libro de las Revelaciones” de San Juan. A lo largo de él descubriremos toda la saga, destacando sobre manera esa matriarca sin par llamada Úrsula Iguarán, la cual tiene un pánico atroz a acostarse con su primo, el primer Buendía, que acabará sus días amarrado a un árbol, por temor a engendrar genes corruptos. Y en los siguientes cien años de Arcadios y Aurelianos Buendía se sucederán los gitanos con sus circos ambulantes, los pergaminos indescifrables arrinconados en un taller de orfebrería, las guerras civiles, el amor desesperado, agónico, letal,  las relaciones incestuosas… una trágica vida de pasiones entre ciénagas pantanosas y galeones perdidos en mitad de la selva.
         Es, como digo, un libro especial por la riqueza de expresiones y por las numerosas hipérboles que utiliza García Márquez que, para mí, son sencillamente geniales.
         Lo he leído tantas veces que me sé el principio de memoria. Y así, el premio Nobel sudamericano nos anticipa: “Muchos antes después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
         Yo tenía un año cuando se escribió, y apenas catorce cuando me enamoró.  Sólo espero que “las estirpes condenadas a cien años de soledad”, en palabras de García Márquez, sean condenadas también a cien años de lectura imperecedera.

Juan Pe Ruiz.

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