domingo, 14 de febrero de 2010

EL RAFI (decimosexta entrega)

De aquella época recuerdo con agrado cómo pasaba el tiempo lentamente, cómo dedicábamos tiempo y tiempo a hablar, a observar lo que pasaba a nuestro alrededor, a buscar materiales… No nos aburríamos, y no teníamos prisa por hacer muchas cosas. Cada actividad duraba mucho y disfrutábamos primero con la construcción de los utensilios con los que jugábamos y después con su utilización. Siempre, todo en la calle, como si fuera una sala de juegos.
La cosa se parecía mucho a la actividad de los cavernícolas. Se hacían expediciones a buscar las materias primas con las que íbamos a construir las piezas para jugar y nos desplazábamos a los sitios concretos donde estaban esos materiales: cañas, piedras, maderas, ramas, etc.
Por ejemplo, para jugar a tejes, primero teníamos que buscar el tipo de piedra más adecuado. Un teje era una piedra plana, del tamaño de la palma de la mano de un adulto, que se lanzaba a varios metros de distancia y a la que, con otra piedra similar, había que tocar o acercarse a menos de un palmo (una cuarta) o ambas cosas a la vez.
Un teje se podía hacer con una piedra de río lo más plana posible, también con un trozo de terrazo que se iba redondeando poco a poco, golpeándolo con un teje de piedra, hasta dejarlo del tamaño citado. También se podía hacer, aunque esto último era de privilegiados, con un trozo de mármol. Capítulo aparte merece, el teje de goma.
El teje de piedra sólo se utilizaba en casos de extrema escasez de los otros dos materiales, ya que se rompía más fácilmente si chocaba con alguna piedra al caer al suelo. El teje de terrazo era relativamente fácil de encontrar en alguna obra entre los retales que tiraban los paletas y, por eso era el más utilizado. Poseer un teje de mármol era muy difícil ya que era un material caro y no se tiraba en las obras así como así. El teje de mármol (solía ser blanco) era el más duro y bonito de los tres y como otros “tesoros” se guardaba especialmente y hacía que su poseedor fuera envidiado por la concurrencia. El teje de mármol, no obstante, era delicado de confección, ya que cualquier golpe mal dado podía romper el teje por la mitad y desgraciar la obra ante la burlona y humillante sonrisilla del mirón de turno.
Así pues, una vez tenías el teje construido podías buscar algún contrincante para jugar. El teje era el instrumento para jugarte elementos como cromos, tebeos, carterillas de cerillas, etc. Se sorteaba quién tiraba primero a la voz de ¡últi! (últim), ¡penúlti!, si éramos tres, etc. No convenía ser primero porque el otro tiraba su teje intentando golpear o acercarse a un palmo o menos del tuyo. Si te daba (¡tote!), tenías que pagar una pieza de aquello que te jugabas. Si quedaba a un palmo o menos de tu teje (¡cuarta!), también tenías que pagar una pieza. Y si te daba y además el teje quedaba a menos de un palmo del tuyo (¡tote y cuarta!), tenías que pagar dos piezas. Si fallaba el tiro, solía quedar a merced tuya y podías hacerle tote y cuarta fácilmente, por poco hábil que fueras. Claro que el tirador podía optar, si veía la cosa difícil, por lanzar el teje hacia una zona neutral para obligarte a que fueras tú el que intentara darle a él.
En el juego uno jugaba con su puntería y el otro con la posibilidad de que fallara y quedara cerca de ti. Cuando en una partida participaban tres o cuatro jugadores las ganancias podían multiplicarse y las jugadas eran mucho más rocambolescas.
El teje de goma era una herramienta de mucha precisión. Para empezar había que encontrar un zapato al que se le pudiera desprender el talón o la suela si era de goma o de material. Hay que destacar que era muy complicado hacerse con un talón o una suela de zapato ya que la gente no se desprendía así como así de unos zapatos y cuando se encontraba alguno, lo aprovechábamos como si fuera un cerdo: el talón y la suela, para tejes; la lengüeta para los tirachinas, etc.
Con el teje de goma se jugaba en la acera. Se dibujaba, con un trozo de yeso, un cuadrado o un triángulo y dentro se ponían los cromos, las chapas o las carterillas de cerillas que en aquellos entonces presentaban colecciones de imágenes de diferentes temas (animales, figuras del toreo, locomotoras, etc.). A seis o siete metros del cuadrado se hacía una línea y, desde allí se tiraba el teje de goma con la intención de sacar la mayor cantidad posible de lo que hubiera dentro del cuadrado.
Como decía al principio, la calle era nuestra sala de juegos.

VOLVERÉ…

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