sábado, 4 de diciembre de 2010

LA DELICIA SUPREMA DE CHESTERTON (Por Juan Pe) Parte 2

He disfrutado con su lectura tanto como lo hice con “El poeta y los lunáticos”, también de este autor y protagonizado por un adorable Gabriel Gale. Porque a mí, los poetas me apasionan, pero los lunáticos me enloquecen, si se me permite esta última expresión. Y, en particular, me estremece la historia llamada “El impresentable aspecto del coronel Crane”, una historia de amor estupenda de la que os extraigo este pequeño diálogo final que, para mí, es una de las cosas más bonitas que he leído en mi vida. Antes os sitúo: un coronel hace una apuesta con un amigo y si la pierde se comerá su sombrero; antes de eso ha cambiado su precioso sombrero de copa –que coloca en la cabeza de un espantapájaros- por una col de su huerto…
Inopinadamente, se inclinó ante la joven dama para besarle la mano.
-Eso sí que me ha gustado –dijo ella-. Pero tendría que haberlo hecho tocado con una peluca empolvada y llevando una espada al cinto…
-Perdóneme, se lo ruego –dijo de inmediato el coronel-. Ningún hombre moderno es digno de usted… Aunque a decir verdad, tampoco me parece que yo sea un hombre precisamente moderno…
-Nunca vuelva a ponerse ese sombrero –dijo ella, señalando burlona la chistera del espantapájaros-.
-No tenía intención de hacerlo, se lo aseguro.
-Tonto –le dijo con cariño-. No me refería a ese sombrero en concreto, hablaba de ese tipo de sombrero… Créame, ningún sombrero mejor que una col bien fresca.
-¡Mi querida Audrey! – iba a protestar el coronel por la broma, pero ella lo miraba ahora repentinamente seria.
-Ya le he dicho que soy artista y que por ello no sé mucho de literatura –dijo secamente-. Me parece que eso crea una distancia entre nosotros, probablemente insalvable. Las personas que saben de literatura, o que incluso hacen literatura, permiten de continuo que se interpongan las palabras entre ellas y una situación cualquiera, para solventarles el trance… Nosotros, los que no sabemos de literatura, sin embargo, miramos las cosas en sí mismas, las apreciamos o las despreciamos, pero no nos fijamos en sus nombres… A usted, por ejemplo, una col le parece algo cómico porque tiene un nombre vulgar, col… Pero una col no es, en puridad de criterios, ni cómica ni vulgar; podría comprobarlo si intentara pintar una… ¿No se ha fijado en los cuadros de la escuela flamenca? ¿No ha reparado en la gran cantidad de artistas extraordinarios que pintaron coles? Bien, ellos sólo contemplaban líneas, colores, tonalidades… Cosas simples y llanamente maravillosas…
-Sí, quizás una col quede bien en un cuadro –admitió el coronel, aunque dubitativo.
-¡Tonto, más que tonto! –volvió a decirle con cariño- ¿Es que no sabe usted que estaba espléndido con la col en la cabeza? Parecía tocado con un gran turbante de hojas; la raíz de la col se alzaba enhiesta como el pico de un casco de caballería… Es más, me recordaba mucho a los cascos con turbante que pinta Rembrandt, ¡esos rostros bronceados y masculinos bajo una sombre verde y púrpura!. ¡Eso es lo que vemos los artistas con ojos puros, sin palabrería hueca en la cabeza! Y usted, sin embargo, trata de disculparse por no haber llevado esa especie de chimenea de estufa cubierta de betún que es un sombrero de copa, cuando, sin embargo, se tocaba con una corona purísima, plena de color, como un rey soberbio… Sí, era usted el rey de esta comarca… Fíjese, todos le tenían miedo, nadie osaba mirarle de frente con su col en la cabeza…
Iba a decir algo el coronel, quería protestar educadamente, defenderse, pero la risa de la muchacha era realmente pícara”.

Juan Pe Ruiz.

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