miércoles, 29 de diciembre de 2010

MIS DETECTIVES FAVORITOS: 4. MR. POND (Por Juan Pe Ruiz)

No quiere nuestro inefable Juan Pe, que acabemos el año sin disfrutar de uno de sus interesantes artículos. No quiere Juan Pe , ni quiero yo, su más devoto fan. Adelante Juan Pe:        

Queridos lectores, el último detective del que os hablé hace ya algún tiempo fue mi estimadísimo poeta, pintor y lunático Gabriel Gale. De quien os hablo hoy es de otra invención del excelso G.K Chesterton: Mr. Pond. Sí, suena así, a secas, sin nombre alguno, únicamente con el Míster delante y el Pond “estanque”, en español, detrás. Pero tiene una particularidad que lo hace atractivo: es el rey de la paradoja.
            Leo en “Wikipedia” –¡dichoso internet!- que una paradoja es “una idea extraña, opuesta a lo que se considera verdadero o a la opinión general. En otras palabras, es una proposición en apariencia verdadera que conlleva a una contradicción lógica o a una situación que infringe el sentido común”. Pues bien, con relación a este tema, hoy os hablo de un extraordinario libro llamado “Las paradojas de Mr. Pond”.
            En una edición de “El Club Diógenes-Valdemar” hay una cita estupenda de Jorge Luis Borges con relación a esta obra, y dice así: “La solución, en las malas ficciones policiales, es de orden material: una puerta secreta, una barba suplementaria. En las buenas, es de orden psicológico: una falacia, un hábito mental, una superstición. Ejemplo de las buenas –y aún de las mejores- es cualquier relato de Chesterton. (…) En este libro póstumo, los problemas son también de naturaleza verbal. Se trata de un rigor adicional que el autor se ha impuesto. El héroe, Mr. Pond, dice con naturalidad misteriosa: “Claro, como nunca estaban de acuerdo, no podían discutir”, o “Aunque todos deseaban que se quedara, no lo expulsaron”, y refiere luego una historia que asombrosamente ilumina esa observación”.
            Son ocho los relatos contenidos en este magnífico libro. En todos ellos hay una paradoja inicial y, como bien dice el ensayista argentino, el héroe desgrana una historia para explicarnos esa paradoja. Veamos algunas de ellas, para no cansar demasiado al lector:  En el primero de ellos, “Los tres jinetes del Apocalipsis”, “no menos arduo y elegante que un severo problema de ajedrez”, en palabras de Borges, se dice que “todo fracasó porque la disciplina era excelente”. En “El crimen del capitán Gahagan”, en alusión al sexo femenino, dice que “van con tanta prisa que no llegan nada lejos”.  En “Cuando los médicos están de acuerdo” dice Pond que “una vez conocí a dos hombres que llegaron a estar tan completamente de acuerdo que lógicamente uno mató al otro”. En “El terrible trovador”, para mí el mejor de todos, comienza Pond diciendo que “en la naturaleza hay que buscar en un nivel muy inferior para encontrar cosas que lleguen a un nivel tan superior”; y más adelante añade otra enigmática paradoja: “A eso me refería al aseverar que una sombra puede ser engañosamente fidedigna”. Y en el último de ellos, “Un asunto de altura”, dice que “ése era demasiado alto para ser visto”.
            En fin, un espléndido libro de deducción, plagado de paradojas y soluciones extraordinarias, que gira sobre la figura de un detective que, como en el resto de los personajes de Chesterton, no lo es. Recordemos al reverendo Brown, a un funcionario del Imperio como Horne Fisher, o a mi querido pintor y poeta Gabriel Gale. Mr. Pond es otro funcionario, cuyo trabajo es corregir informes oficiales, pero su pasión es desentrañar misterios… ¿no es eso otra paradoja?.

Juan Pe Ruiz.

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