viernes, 29 de abril de 2011

EL RAFI (Vigésimo sexta entrega)

Muy cerca de la farmacia de la calle Rodamilans, cerca también de calzados Rosita, que actualmente ha cambiado su ubicación unos cien metros más arriba, cerca del SPAR, también en la calle Rodamilans, creo recordar que haciendo esquina con un callejón que iba a dar con lo que hoy es la Avenida de Barcelona, había una pista pavimentada con cemento que servía de pista de patinaje y también de baile. Creo recordar que el domingo al mediodía era de patinaje y por la tarde de baile.
Íbamos, el Rafi y yo, a ver cómo patinaban las niñas, porque el patinaje era deporte de niñas y sólo aquellos que considerábamos amanerados se atrevían a patinar. Tampoco las chicas casaderas podían patinar, no estaba bien visto, supongo que por los novios y los padres, en este caso de las novias. Ir a ver patinar tenía el aliciente de verle las bragas a las que se caían, cosa que en aquellos tiempos era muy emocionante. Recuerdo al respecto un chiste de la época que nos parecía muy gracioso:
-Mira, mamá 6 perragordas.
-¡Pero niña!, ¿de dónde has sacado ese dinero?
-Me lo iban tirando unos hombres cuando pasaba.
-Pero tonta, ¿no ves que lo hacen para verte las bragas?
-Pues se han fastidiado porque no llevo…
Bueno, la cosa no daba para más. A los niños nos parecía muy atrevido hablar de bragas, incluso podía ser pecado, y a ver quién le decía luego al cura, cuando te confesabas, que le habías visto las bragas a tal o cual niña.
Los domingos en que la pista se convertía en pista de baile todo el mundo, los jóvenes y las jóvenes, iban al baile muy arreglados y perfumados, con la ropa de los domingos.
Todavía me acuerdo de lo que me costó, ya de adulto, acostumbrarme a no ponerme, los domingos, la ropa de los domingos. Eso era sagrado: tenías una ropa nueva, limpia, para los festivos y nadie se ponía un día de cada día la ropa de los domingos. Si te veían con la ropa nueva un día de cada día, te preguntaban si ibas al fotógrafo. No cabía, ni siquiera la posibilidad de que fueras a una boda, bautizo o comunión; esos acontecimientos sólo se celebraban en domingo (ni siquiera en sábado o festivo).
A la misa de cada día tampoco se llevaba la ropa de los domingos. Al médico se iba con ropa limpia, por si tenía que examinarte o mirarte por rayos X,(también se decía, echarte los rayos X, o pasar por la pantalla), pero no, la ropa de los domingos.
Los médicos de cabecera con los que tenías una iguala (supongo que era como un seguro particular) tenían en su consulta particular a la que ibas cuando el del seguro, que a veces era el mismo, no daba con lo que tenías, tenían en su consulta, digo, una máquina de rayos X. Solía estar en el mismo despacho de la consulta. Cuando tu madre (los padres no te llevaban al médico, estaban trabajando) le había explicado lo que te pasaba y el médico lo veía conveniente, decía:
-Vamos a verlo por rayos X.
No te asustabas porque sabías que no dolía, pero daba su repelús.
Te hacía pasar a un cuartito para que te quitaras la ropa de cintura para arriba, apagaba la luz y te colocaba detrás de una pantalla cuadrada, como de una televisión de 21 pulgadas,que él iba subiendo o bajando y en la que debía verte por dentro. A continuación apartaba la pantalla, te decía que te vistieras y hacía las recetas pertinentes mientras explicaba a tu madre lo que había visto y lo que tenías que tomarte. Muchos años después se supo que la exposición directa a los rayos X era dañina, pero el que más y el que menos parece haber salido indemne de la experiencia.
Pero volvamos al baile. A la pista de baile no podíamos entrar los niños, fundamentalmente porque había que pagar y eso sólo podían permitírselo los novios, que ya trabajaban desde los 14 años, muchos desde antes. No era conveniente colarte porque eras detectado rápidamente por el aspecto físico y expulsado directamente con la amenaza de decírselo a tu padre, y eso era chungo.
Uno de aquellos domingos, el Rafi consiguió entrar con la excusa de que iba a decirle algo a su hermanan y, cuando salió al cabo de un rato, vino explicándome que había visto cómo se besaban las parejas, allá al fondo de la pista, en el rincón al lado de la barra. Me dijo muy excitado que se besaban en la boca, como en las películas. No acabábamos de entender eso de besarse en la boca, con el asco que da, pero algo nos decía que debía ser algo bueno cuando todos los chicos del barrio lo tenían como algo extraordinario.
Rápidamente la pista, el baile y las parejas perdían interés para nosotros, pero como no podíamos irnos a la Avenida de Barcelona que es donde estaban los montículos, las cañas, la chena y animalillos diversos, porque íbamos con la ropa de los domingos, nos volvíamos para nuestras respectivas casas con la boca haciéndosenos agua sólo de pensar en la deliciosa merienda, seguramente de pan con tomate, aceite, sal y chocolate. Muchos recordaréis aquellas delicatessen que, con poquísimo dinero, nos preparaban nuestras madres para merendar: el citado pan con tomate y chocolate, el pan con mantequilla y azúcar, el hoyo (se pronuncia joyo) que consistía en hacer un agujero sacando la miga del coscurro y echando aceite, con aquel gusto de aceite, y sal, o azúcar…
 Ay! aquellas madres; ¡Ay aquellos hijos!

2 comentarios:

  1. "Echarte los rayos X" !

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  2. La ropa de los domingos debía de ir acompañada de unos zapatos relucientes como diamantes; que había que limpiar, dar betún y cepillar como si la vida te fuera en ellos. Si tenías la suerte, o mejor dicho, si tu familia disponía de recursos parea comprarte unos de charol (una de cuyas ventajas era que se podían limpiar con agua o en su defecto con saliva) entonces eras el rey del mambo. Aquellos zapatos jamás pasaban de moda y duraban hasta que te quedaban pequeños. Era obligatorio, además, ir bien repeinado y para ello las madres te empapaban el pelo de agua (los afortunados de colonia) hasta que éste chorreaba y te marcaban una raya que parecía un surco grabado en el cuero cabelludo. Si salías despeinado y te cruzabas con tu madre por la calle, corrías el riesgo de que ella se ensalivara la mano y te la pasara por el pelo hasta dejarlo bien asentadito. ¡Que asco nos daba a algunos! A veces, debajo de aquellos zapatos y aquel la ropa impoluta se escondían unos calcetines con incontables remiendos y un calzoncillo ancestral de color indeterminado.
    Y sin embargo ... ¡QUE FELICES ERAMOS!

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