viernes, 22 de enero de 2010

EL RAFI (decimotercera entrega)



Cuando salíamos del colegio por la tarde, teníamos tiempo, antes de merendar, de ir a buscar material que utilizaríamos después para jugar. Materiales como una arqueta de olivo para hacer un tirachinas. Podíamos acercarnos a un mecánico de bicicletas que no estuviera muy alejado de nuestro camino a casa y que podía proporcionarnos gomas de recámara destrozada para hacer los tirachinas.
La parte donde se ponía la piedra era de cuero. Eso era más difícil de conseguir. Teníamos que conseguir la lengüeta de algún zapato o un trozo de cuero de restos de alguna fábrica. O sea, que hacer un tirachinas era una empresa con no pocas dificultades para dos mocosos como nosotros. Quizás por eso valorábamos tanto cada juego, cada juguete, cada instrumento que utilizábamos.
El Rafi utilizaba el tirachinas con una gran precisión. Era capaz de cazar gorriones en el olivar. Se los llevaba a casa y su madre los freía. A veces quería darme alguno, pero, la primera vez que llevé un pajarillo muerto a mi casa, a mi madre por poco le da un patatús. Así que salimos el pajarillo y yo por la misma puerta que habíamos entrado. Y por la noche, reprimenda de mi padre, aunque a él también le gustaban los pajarillos fritos. El tirachinas también servía para hacer competiciones de puntería sobre cualquier blanco. Nos gustaban sobre todo las latas, porque hacían ruido cuando les dabas. El rafi era cuidadoso con los proyectiles. No ponía cualquier piedra en su tirachinas. Tenían que ser redonditas y algo más pequeñas que una peladilla. Nos metíamos el tirachinas en el bolsillo de atrás del pantalón. La arqueta dentro y las gomas y el cuero por fuera. Yo, cuando llegaba a mi casa, escondía el artilugio debajo del lavadero porque a mi madre no le gustaban las armas (aunque no fueran de fuego)
Algunas veces íbamos a coger varillas de cierto matorral que servían para hacer flechines (la palabra flechines es, en catalán, el diminutivo plural de fletxa: fletxines, pasado a la pronunciación castellana y cambiada de género. Es muy curioso la gran cantidad de palabras catalanas que utilizábamos, lexicalizadas, en los barrios de inmigrantes). Los flechines debían medir algo más de medio metro. En la punta le colocábamos un trozo de alambre enrollado para que se pudiera dirigir en línea recta. Jugábamos a alejar, o sea, a ver quién lo enviaba más lejos o más alto cosa que era más difícil de medir y provocaba no pocas discusiones. El arco se podía hacer con una buena vara de olivo o, mejor, con una de cerezo, aunque ésta última era más difícil de conseguir. La cuerda era de fillís (otra palabreja sacada del catalán fil llis). El Rafi no llevaba el arco siempre tensado como hacíamos el resto, sino que, haciendo unas muescas con su navaja en los extremos de su arco, ponía y quitaba la cuerda cada vez que lo iba a utilizar consiguiendo así que la vara no cogiera forma y se pudiera tensar mucho más que los nuestros. La navaja del Rafi no era muy grande (así le cabía, cerrada, en el bolsillo), pero siempre estaba muy afilada. Era una herramienta imprescindible para preparar todo tipo de artilugios. Nunca le vi utilizarla para amenazar a nadie.
En alguna ocasión conseguía varillas de paraguas como flechines y eso era el no va más porque entonces se podían clavar en el barro, en el tronco de un árbol o en una puerta, je,je… Alguna vez le había visto cazar alguna rata con aquellas varillas. ¡Qué tío, el Rafi!
Un día el Rafi me dijo que íbamos a hacer una honda. Había conseguido un trozo de cuero bastante grande. Cortó un trozo rectangular, más o menos del tamaño de nuestra mano, le hizo un agujero en cada uno de los dos lados más cortos y ató a cada uno de ellos el extremo de una cuerda. La honda lanzaba piedras del tamaño de un huevo. Era muy difícil lanzar bien con una honda: Tenías que hacer girar, rápido y fuerte las dos cuerdas atadas al cuero al lado de tu cuerpo y soltar uno de los extremos de la cuerda con lo que la piedra salía disparada. Pero tenías que ser muy diestro para que la piedra no saliera en una dirección equivocada que pudiera suponer un peligro. Lo más normal era que la piedra saliera hacia arriba por lo que tenías que controlar que el pedrusco no te cayera en la cabeza. Nos fuimos a practicar contra la pared de una casa semiderruida. Tirábamos la piedra con la honda intentando dar a los trozos de revoco que quedaban en la pared y que íban cayendo al suelo por la fuerza de las pedradas. Pero la honda pronto cayó en desuso, sus proyectiles eran de difícil control y con el tirachinas nos apañábamos mejor.
SI NO PARA, CONTINÚA…

3 comentarios:

  1. Los tirachinas de nuestra época los contruíamos con el cuello de una botella de plástico y un globo... mi vecino y yo los usábamos para cazar, o más bien matar, salamandras en el parque de la Mina. Su hermana que ya por aquel entonces era una mini activista de greenpeace, se enfadaba ante tal agresión al mundo animal.

    Dicen que mi generación es la última que jugó en la calle y la primera que jugó a la play. No soy de esos nostálgicos que dicen que los bollicaos ya no son lo que eran, cada época tiene sus bondades. Eso si, que los niños son diferentes en casa época es evidente.

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  2. Eso sí era pericia y no lo de las consolitas de hoy en día. Otro artilugio igual de letal con las lagartijas era un palo cuadrado y sobre la parte más grande y plana clavábamos unos tornillos, se enlazaban con una goma, y, al final de la misma, el proyectil: ese hierro que entrelazaba las pinzas de madera de la ropa. Creo que la velocidad del susodicho una vez lanzado superaba en 3,5 puntos la velocidad del sonido... Manu, ¡qué memoria! y para los últimos chicos de la calle... ¡qué deleite!.

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  3. El mismísimo erBlons24 de enero de 2010, 10:33

    Estoy de acuerdo con los dos. Lo que realmente importa es que acostumbremos a los niños a ser creativos. Siempre hay espacios al aire libre para que disfruten. Nada les encanta más, por ejemplo, que construir cabañas en el bosque.
    Un día hablamos de los diferentes artilugios para "disparar" que nos hemos construido en diferentes épocas. Yo he tenido la ventaja de conocer mi época y la de algunos cientos de niños con los que me ha gustado compartir experiencias.
    Un saludo y gracias por los cometarios.
    Manuel

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